Se dice que para muestra basta un botón. El anuncio de los primeros nombramientos en el gabinete de Claudia Sheinbaum ha sido bien recibido por inversionistas y empresarios, por analistas políticos y la comunidad científica. Varias notas sobresalen: el perfil profesional de los designados, casi todos con estudios de postgrado en el extranjero, lo que, vale recordar, repudia Andrés Manuel; experiencia probada en los distintos ramos (no hay improvisados); su distanciamiento de posturas dogmáticas (la ausencia de “puros”) y su peso propio (no parecen “floreros”).
Si los nombramientos que se darán a conocer hoy y en las siguientes semanas respondieran a esta directriz, estaríamos ante un intento de apartarse de la lógica de “somos gobierno y se chingan”. Los votos en las urnas le dieron a esta clase política el poder para hacer casi lo que le venga en gana, pero las señales iniciales querrían decir que no piensan abusar de ese poder, esa sería una saludable noticia.
Sin embargo, parece muy temprano para echar las campanas a vuelo, sobre todo porque hay varias cuestiones pendientes que podrían desinflar el entusiasmo, las designaciones en puestos clave: Gobernación, Defensa, Marina, Seguridad Pública, Educación… ¿Se imaginan, por ejemplo, el nombramiento de Mario Delgado como secretario de Gobernación? ¿O de Marx Arriaga en Educación, así fuera a nivel subsecretario? ¿O de la esposa o alguno de los hijos de Andrés Manuel?
Otras designaciones de importancia mayúscula serán las de los titulares de Pemex y la CFE, así como de subsecretarios de cada ramo.
Conviene recordar que en el equipo inicial de López Obrador sobresalían moderados como Alfonso Romo, Carlos Urzúa, Esteban Moctezuma, Javier Jiménez Espriú y Olga Sánchez Cordero. Pero, como se pudo constatar, solo se trataba de taparle el ojo al macho, y lo verdaderamente importante: que la designación de funcionarios profesionales no puede llevar a ignorar lo que está en curso: la desnaturalización del Poder Judicial, que suprimirá la división de poderes y la eliminación de las minorías de su representación en el Congreso de la Unión.
Frente a estas modestas señales de distancia respecto de su creador —que pedía a sus colaboradores 90 por ciento de honestidad y 10 de capacidad—, hay que insistir en que los casi 36 millones de votos que logró en las urnas no le pertenecen a la doctora Sheinbaum, su dueño es el señor de Tabasco y que, en caso de tensión entre la que llega y el que se va, los gobernadores y los legisladores de Morena y la dirección del partido responderán a la línea que provenga de la finca en Palenque.
Hasta ahora, nada indica que la doctora Sheinbaum tenga el propósito de deslindarse de Andrés Manuel, aunque quizás sí de sus decisiones más absurdas y de sus ideas delirantes, pero aún si así fuera tendría que diseñar un estrategia que en unos dos años le permitiera afirmar su poder. Pero lo más probable es que se conforme con disfrutar no del poder, sino de los símbolos del poder y fungir como la representante de Andrés Manuel en la tierra.