Se sabe que es inapropiado y de mal gusto referirse a alguien como “el hijo de don fulano”. Es una manera de empequeñecerlo, de hacerlo menos. Pero no puede negarse que en algunos casos esa descripción define la condición de quien no tiene luz propia.
En el ánimo de disminuir a Luis Bonaparte, Víctor Hugo lo bautizó como “Napoleón el Pequeño” y Carlos Marx lo llamaba “el sobrino de su tío”; Marx escribió también —lo que sirvió para sustentar la teoría bonapartista del Estado— que ya que no representaba a nadie podía representar a todos.
Pero en el caso de Guerrero, es el propio Félix Salgado Macedonio quien se encarga de exhibir a su hija como una pieza menor. En una manipulación grosera, la jala del brazo hasta ubicarla en la silla del gobernador.
El estado de Guerrero —entidad lastimada por décadas de malos gobernantes— está hoy a cargo de “la hija de su papá”, un sujeto denunciado por graves delitos sexuales cuya impunidad reside en la protección de su amigo, el presidente de la República.
En los últimos años, dos de las tres principales ciudades del estado de Guerrero han sucumbido ante el crimen. Acapulco es hoy el paraíso perdido e Iguala, que durante el gobierno de José Luis Abarca se convirtió en un narcomunicipio donde secuestraron a plena luz del día y luego asesinaron a 43 muchachos de la normal Isidro Burgos de Ayotzinapa. Pero nada ha cambiado, hoy sigue el municipio bajo el control de bandas criminales.
En el caso de Acapulco, el atentado reciente al Baby O, emblemático sitio que durante décadas fue el consentido de “la gente bonita”, solo confirma que el puerto está echado a perder. Ninguna autoridad (ni la municipal ni la estatal ni la federal) hizo algo para evitar que Acapulco, como Iguala, cayeran en manos del crimen organizado; las denuncias de comerciantes, lo mismo formales que informales, sobre las extorsiones que sufren, fueron ignoradas y la violencia crece. Para infundir terror, los delincuentes han llegado a quemar camiones y negocios.
Lo que viene para los guerrerenses es otro tiempo oscuro. Mientras la hija de Félix Salgado Macedonio simula gobernar, su padre, un personaje vulgar, de toscas maneras, gobernará desde la sombra una entidad que demanda precisamente lo que no representa Salgado: ética, integridad, eficacia, probidad.
Una ciencia proletaria
El Presidente se propone acentuar los resentimientos de sus bases contra los “abusivos académicos”, esos que van a estudiar a Harvard, al extranjero donde —denuncia— aprenden a robar; los científicos que han usufructuado recursos públicos para instalar sus oficinas en el centro histórico de Coyoacán, en vez de Iztapalapa, donde les sirven café y galletas y acuden a foros internacionales con cargo al presupuesto público. Y lo dice el hombre que decidió trasladar su residencia de Los Pinos —digna, republicana y funcional— al palacio virreinal donde guardias militares le rinden honores todos los días, y tiene cocineros que le preparan los guisos de su tierra.
@alfonsozarate