La salud mental requiere una atención integral desde la familia. Dr. Jorge Alcocer
En una carta que le escribió Vincent van Gogh a su hermano Theo, le habla de su enfermedad como una enfermedad maldita; eso es la esquizofrenia, una maldición.
En lo tocante a las enfermedades mentales la ciencia médica y la industria farmacéutica no han avanzado lo suficiente, tratándose de la esquizofrenia existen diversos enfoques que, pese a todo, no han logrado esclarecer por completo las causas que la originan. ¿Son los factores biogenéticos o los psicosociales como el abuso infantil, la pobreza extrema o una familia disfuncional? ¿En qué medida esos factores pueden causar —no solo disparar— el brote psicótico?
Cuando aparecen los primeros indicios de que algo está mal, los padres, los hermanos y quienes forman parte del círculo íntimo del enfermo transitan del desconcierto al enojo (¿cómo descifrar un pensamiento tan ajeno al pensamiento “normal”), del enojo pasan a una enorme tristeza y de allí a la búsqueda de alternativas que son escasas, costosísimas y desalentadoras porque según una definición muy aceptada, esta enfermedad es “crónica, degenerativa e incurable”.
Cuando hay un enfermo esquizofrénico en la casa, las perturbaciones alcanzan a todos, se pierde la tranquilidad y la armonía, surgen las culpas y se vive con miedo. Una duda irrumpe: ¿en qué momento se va a producir un brote que lleve al enfermo a agredir a quienes tiene cerca o a atentar contra sí mismo?
Es muy difícil que una familia, aun con buenos niveles de información y recursos tenga las condiciones para atender el complejo manejo de un ser querido que padece la enfermedad: su tratamiento, los medicamentos, sus dosis...
A las familias pobres no les quedan más que la dura convivencia con el enfermo, internarlo en un hospital psiquiátrico o la calle. Muchas de quienes deambulan andrajosos, hablando solos y con la mirada extraviada por las vías públicas, son enfermos mentales cuyos padres, quizás ancianos, no pueden cuidarlos o ya murieron con la angustia de no saber quién cuidará de sus hijos.
El esquizofrénico vive una realidad alterna. A veces esa otra realidad los lleva a cometer crímenes horrendos. En octubre de 1978, don Gilberto Flores Muñoz, exgobernador de Nayarit y secretario de Agricultura en el gabinete de don Adolfo Ruiz Cortines, junto con su esposa, fue brutalmente asesinado a machetazos por su nieto.
La esquizofrenia ha sido definida como una enfermedad “severamente devastadora e incapacitante”. El doctor Jorge Alcocer, como su discípulo Hugo López-Gatell, han puesto la salud y la vida de millones de personas, al servicio de las obsesiones y los prejuicios de un hombre.
Lejos de atender las denuncias sobre el estado lastimoso de los hospitales psiquiátricos, donde los internos viven en condiciones infrahumanas (del presupuesto federal destinado a la salud, solo el 2% corresponde a la atención de enfermos con trastornos mentales), Alcocer anuncia su desaparición.
La atención integral en la familia puede ser pertinente en algunos casos de trastornos mentales leves, pero ¿qué futuro se vislumbra para quienes, a la pobreza, agregan el dolor de tener un hijo esquizofrénico? ¿No le importan los pobres a este gobierno “humanista”? ¡Miserables!