Los resultados electorales del 6 de junio en la Ciudad de México perfilaron una extraña partición de la gran urbe: en el oriente, donde se ubican las alcaldías más pobres, significativamente Iztapalapa y Tláhuac, se impusieron los candidatos de Morena, mientras en el poniente, donde están las alcaldías más prósperas, la Benito Juárez y la Miguel Hidalgo, por ejemplo, ganaron los candidatos de la coalición “Va por México”. Con enormes prejuicios, algunos concluyeron que de un lado votaron los que pagan impuestos y del otro, “los mantenidos”.
Solo un estudio a fondo podrá explicar las razones que movieron a los electores. Pero una cosa es cierta, en el oriente de la capital donde ganó Morena, vive gente muy trabajadora, los que se levantan a las 5 de la mañana y con frecuencia emplean más de dos horas en el transporte público de ida y otro tanto de vuelta para llegar a sus trabajos. Llamarlos mantenidos es inadmisible, son mexicanos esforzados, admirables.
En realidad, son muchos los factores que contribuyen a explicar el comportamiento electoral; sobresalen: 1) los partidos, su implante social y su capacidad para movilizar a sus militantes y simpatizantes; 2) los candidatos y su habilidad para conectar con los electores; 3) la oferta electoral —programas y propuestas, cada vez más escasas, por cierto—, 4) la disposición de recursos (económicos, políticos, judiciales, etcétera) y 5) el voto de castigo o en defensa propia.
Sin conocer qué pesó más, es evidente que a favor de Morena jugó el discurso presidencial que enamora a la gente con menor instrucción y, más aún, los apoyos sociales que alivian su dura condición (aunque muchos de los beneficiarios reciben jugosas pensiones de Pemex, CFE o el IMSS, por ejemplo).
Lo que es inaudito es el reproche del presidente a las clases medias. Es evidente que, en la elección de 2018, académicos e intelectuales, pequeños y medianos empresarios y funcionarios públicos, entre otros, le concedieron a López Obrador el beneficio de la duda. Pero después de dos años y medio de maltratos, no tienen duda alguna: la 4T es un proyecto regresivo que perfila una autocracia y algo más: La República de los pobres.
Uno de los impactos más positivos de los gobiernos de la postrevolución derivó de su decisión de llevar la alfabetización a todos los rincones del país y una educación pública de calidad que permitió que el hijo del campesino, del obrero o del empleado pobre de las ciudades superara esa condición y se ubicara en las clases medias. También influyeron los grandes programas de inversión pública y privada que generaron oportunidades de ascenso social.
Por eso resulta tan absurda la censura presidencial a quienes aspiran a vivir mejor y su creencia de que solo se puede ser feliz en la pobreza. El bienestar de un país no se construye con la resignación o el conformismo, ése fue el discurso embaucador de los evangelizadores que acompañaron la conquista con sus prédicas y su promesa de una vida en el Paraíso después de la muerte.
@alfonsozarate