Cuenta la historia oficial que el cadete Juan Escutia prefirió envolverse en la bandera nacional y arrojarse al vacío antes que permitir que los invasores norteamericanos se apropiaran de la insignia; gesto trágico que exalta el patriotismo. Hoy el presidente López Obrador parece emular al “niño héroe” y, en un gesto melodramático y de alto riesgo, se envuelve en la bandera para advertirle al gobierno de Estados Unidos —y de paso al de Canadá— que México es una nación libre y soberana, que no es colonia de nadie, que él no es pelele de extranjeros y que los mexicanos estamos dispuestos a pagar los costos de enfrentar a quienes tienen la osadía de pedirnos que cumplamos lo que libre y soberanamente aceptó este mismo gobierno: un piso parejo para las inversiones de los tres países.

En esa lógica retadora y teatral se inscribe la respuesta burlona del presidente (“¡Uy, qué miedo!”) ante la decisión de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá de promover consultas sobre la política energética del gobierno mexicano que consideran violatoria del T-MEC.

Andrés Manuel es un buscapleitos cuyos prejuicios y su idea de regresar a México a la década de los 70 del siglo pasado —los tiempos de un presidente todo poderoso y de un Estado dominante en la economía— le están costando mucho al país.

Sus ocurrencias y bravatas (entre las más recientes, la idea de desmontar la estatua de la libertad en Nueva York y su denuncia de que el gobierno norteamericano financia a un grupo opositor al Tren Maya) generan preocupación por su comportamiento inestable, sin embargo, son bien recibidas por su clientela, que desestima que ese personaje brabucón ante Biden es el mismo que se mostró abyecto ante las ofensas a los mexicanos de Donald Trump.

Antes de decidirse a plantear la controversia, el gobierno norteamericano envió varios mensajes, las visitas de la vicepresidenta Kamala Harris, de John Kerry, del embajador Salazar y de los empresarios del sector energético tenían ese propósito, pero López Obrador no entendió o no le importó.

Si a México no le va bien en las consultas y luego pierde el panel, nos podrán imponer sanciones arancelarias equivalentes al daño causado, que podrían ascender a 30 mil millones de dólares. Malas noticias para una economía estancada que no necesita que le sumen otros conflictos.

El voluntarismo de quien parece ignorar que vivimos en un mundo globalizado y que, aunque puede pasar por encima de las leyes mexicanas (con un gran cinismo ha dicho: “y no me vengan con eso de que la ley es la ley”), no puede ignorar, sin pagar un alto costo, las reglas pactadas en un tratado, que tiene la más alta jerarquía según lo reconoce nuestra Constitución.

Es mucho lo que ponen en riesgo las balandronadas del Presidente: inversiones, empleos, bienestar… La falta de respeto a lo firmado, el machismo, imponiéndose sobre la institucionalidad. La respuesta, ha dicho, la dará el 16 de septiembre, rodeado de soldados y del pueblo y envuelto en la bandera nacional. Un nacionalismo trasnochado. El síndrome Juan Escutia.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario
 @alfonsozarate

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