El presidente está feliz, feliz, feliz y con razón. Su partido ganó, al menos, nueve, quizás once, de las quince gubernaturas en disputa. Morena les dio una paliza a sus rivales.

Una lección evidente de la jornada electoral es que no es la realidad la que determina el comportamiento de los votantes sino la percepción de esa realidad. Según el discurso presidencial, los muertos que deja la pandemia (más de 400 mil, según cálculos extraoficiales) no expresan una conducción inepta y errática, sino que son las consecuencias del malvado neoliberalismo: una pésima cultura alimenticia y, a la par, instituciones de salud en el abandono. El desborde criminal no es consecuencia del manejo cándido (“abrazos, no balazos”) sino, de nuevo, de la herencia perversa, aunque ahora haya más militares en las calles que nunca y muchos más homicidios dolosos que los que dejaron Peña Nieto y Calderón. El derrumbe en la estación Olivo del Metro capitalino, que dejó 26 muertos, tampoco tuvo consecuencias electorales en Tláhuac e Iztapalapa, porque, como dice el presidente, los más afectados saben que esas cosas pasan...

Aun reduciendo el número de legisladores, las cifras preliminares anticipan que Morena y sus aliados podrán alcanzar la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados (claro, contando con los diputados del Verde, ejemplo de superioridad moral), suficiente para la aprobación del presupuesto. El resultado, dice el presidente, va a permitir que siga la transformación de México.

En otro espacio de poder, clave para la gobernabilidad: los congresos de los estados, Morena también avanza.

Una abolladura

Por su importancia intrínseca —sede de los poderes de la Unión— y su condición de simiente de una izquierda progresista, los resultados en la Ciudad de México sacuden el optimismo del presidente. “Los que no viajan en Metro”, los más informados y escolarizados, las clases medias empobrecidas, llevaron su protesta a las urnas; un comportamiento que se replicó en anchas franjas del Estado de México y en importantes centros urbanos.

Pero la coalición Va por México también tiene razones para celebrar. Le arrebató a Morena ciudades y distritos estratégicos y, lo mero bueno: logró evitar que alcanzara una mayoría calificada que le habría permitido continuar con su proyecto de demoler algunas de las instituciones que han sido el fruto de largas luchas cívicas y sociales. No es absurdo asumir que, de haber ido por separado cada uno de los partidos que integran la coalición, Morena habría alcanzado la mayoría calificada. De manera que los resultados de las urnas frustran los intentos del presidente de desaparecer al INAI, desnaturalizar al INE y meter la mano en el Banco de México.

¿Qué tan firme se mantendrá la coalición legislativa de Va por México? En muchos de sus legisladores hay una historia de deslealtades, de saltos del partido de origen al partido en el poder. No hay ninguna razón para pensar que esto cambiará. Lo que vendrá serán los ya anunciados arreglos de Morena con una fracción del Verde y con el PRI. Así es la política.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate