En distintos momentos, Andrés Manuel López Obrador ha presumido a su equipo de trabajo recordando que don Benito Juárez tuvo el mejor gabinete de la historia. Gigantes como Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Sebastián Lerdo de Tejada, Ignacio L. Vallarta, Guillermo Prieto y Matías Romero acompañaron a Juárez en su defensa de la patria. Pero su desapego a la realidad parece convencer al presidente de que la colección de funcionarios que ocupan posiciones clave de su gobierno —muchos de ellos con largas colas y oscuras trayectorias— son algo para cacarear.
Un simple repaso de algunos integrantes de la clase gobernante del obradorismo resulta perturbador: Manuel Bartlett, el duro secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid, responsable central del fraude electoral de 1988, ocupa la titularidad de la Comisión Federal de Electricidad; Ignacio Ovalle, directivo de la Conasupo en los días en que quien mangoneaba la empresa era Raúl Salinas de Gortari, fue designado al frente de Segalmex, la empresa señalada por un fraude superior al de la Estafa Maestra.
Sanjuana Martínez, la reportera a modo, fue designada directora de Notimex, la agencia de noticias del gobierno mexicano, desde donde ejerció una dirección arbitraria, dispendiosa e inepta, que llevó a la huelga de los trabajadores y, finalmente, a la desaparición de la agencia, disque porque no hace falta, para eso están las conferencias mañaneras del Presidente.
Elena Álvarez Buylla, la dogmática que denuncia la existencia de una ciencia neoliberal, fue puesta al frente del Conacyt, desde donde ha emprendido proyectos fracasados, como el de la vacuna Patria, una campaña de persecución judicial hacia académicos y la grosera intervención de instituciones de excelencia como el CIDE.
Francisco Garduño, viejo militante del obradorismo y experto en sistemas carcelarios, llevado a dirigir al Instituto Nacional de Migración, donde aplica su propia versión del “humanismo mexicano” que costó la vida de 40 migrantes en el centro de detenciones de Ciudad Juárez, y sigue libre.
Hugo López Gatell, el Doctor Muerte, responsable de la estrategia anti Covid-19 que ha costado más de 700 mil vidas, nombrado subsecretario de la Secretaría de Salud y quien se ha convertido en el verdadero poder mientras el doctor Jorge Alcocer, cumple el deshonroso papel de florero.
Ana Gabriela Guevara, la corrupta e incompetente titular de la Comisión Nacional del Deporte hace y deshace sin que a nadie le importen las denuncias sobre su desempeño. David León, operador de Manuel Velasco que grababa la entrega de sobres repletos de dinero a los hermanos Pío y Martín López Obrador, recibió a cambio la Coordinación Nacional de Protección Civil. Ricardo Rodríguez Vargas está al frente del Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado que más parece encargado de robarle al instituto lo robado.
Estos son solo algunos de los funcionarios que ocupan posiciones relevantes, una camarilla de arribistas, incondicionales, sectarios y mediocres; una clase política sin clase. El poder en las peores manos.