El país se encuentra sumido en una crisis sanitaria que ha cobrado hasta la fecha cerca de 70 mil vidas, aunque diversas instituciones sostienen que la cifra real rebasa los 120 mil muertos. Detrás de cada muerte hay una familia que vive una tragedia, la ausencia definitiva de alguien que no debía morir.
El Covid-19 y el manejo gubernamental de la pandemia han tenido desastrosos efectos sobre la economía, una caída sin precedentes con el cierre, en muchos casos definitivo, de cientos de miles de negocios, el desempleo de millones y su tránsito a la pobreza. Mientras tanto, la crisis de seguridad mantiene a la sociedad en vilo.
Y en ese escenario de crisis económica, sanitaria y delictiva, frente a las expresiones de coraje y hartazgo de muchos mexicanos, persiste un sólido respaldo al presidente de alrededor del 57%. ¿Qué parece explicarlo?
En primer lugar está un fenómeno colectivo de explicación freudiana: el “enamoramiento” de las masas con el líder. Una sociedad que venía de muchos años de esperanzas frustradas, esperaban la llegada de un redentor y ese redentor es Andrés Manuel.
La contraparte de ese “enamoramiento” es el discurso presidencial. Cada día, con cualquier pretexto, López Obrador repite las mismas frases: “el pueblo es sabio y bueno”, “es tonto el que cree que el pueblo es tonto”, “el pueblo es trabajador y honesto, es responsable”… Y propone una “democracia participativa” en la que el pueblo —en realidad una parte minúscula del pueblo, a veces apenas el 1 por ciento— decide, por ejemplo, si se cancela el proyecto del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México o si se debe juzgar o no a los expresidentes. Algo tan simple como la aplicación de la ley queda sometido a una consulta para hacer una pregunta inconstitucional.
El “enamoramiento” genera un blindaje al que nada penetra; sus seguidores necesitan creer y por eso compran todos los argumentos que expone día con día el presidente, que niegan la realidad y perfilan una realidad alterna.
El número de muertos por la pandemia se explica, entonces, según el discurso presidencial, no por una intervención tardía, con señales contradictorias, sino por el estado desastroso con el que recibieron las instituciones de salud; por la lamentable cultura alimenticia que impuso el neoliberalismo, rica en azúcares y grasas y, en consecuencia, con sus efectos en la obesidad y la diabetes (aunque no pueda aplicarse la misma explicación al brutal número de muertes de personal médico).
También contribuye a explicar la aprobación al presidente el factor “esperanza”. En tiempos difíciles, el discurso presidencial ofrece al pueblo llevarlo a La Tierra Prometida, un mundo de bienestar y felicidad y dos años son pocos para cumplir el sueño, sus seguidores saben que hay que darle tiempo sin regatearle los apoyos.
Presidente GCI. @alfonsozarate