El discurso del presidente López Obrador el sábado pasado en el Zócalo tiene, al menos, dos claves a destacar. La primera es la confesión de que eso que ya sabíamos: que las encuestas para definir al candidato de Morena son puro cuento y que será él quien decida (o lo intente) la sucesión presidencial; y lo hará a favor de la única persona que le garantice la continuidad y consolidación del proyecto: Claudia.
La segunda clave es que su megalomanía ya subió un escalón, no solo está a la altura de los grandes personajes de nuestra historia (Hidalgo, Juárez, Madero, Cárdenas), sino que es superior: mientras el general Cárdenas falló al decidir su sucesión, él no cometerá ese error: su sucesora continuará la línea de la Cuarta Transformación.
Distintos historiadores han intentado explicar la decisión del general Cárdenas de escoger al que llamaban “el soldado desconocido”, Manuel Ávila Camacho. Pero, al margen de su tibieza, el poblano era un hombre totalmente leal al general Cárdenas, por eso lo ubicó en una posición central de aquellos años: la Secretaría de Guerra y Marina.
En 1939, el gobierno de Cárdenas concluía en una atmósfera enrarecida. Las expropiaciones habían desfondado la hacienda pública y la continuidad del radicalismo cardenista que implicaba Francisco J. Múgica, amenazaba con generar una ruptura violenta. Sin embargo, mucho se ha especulado sobre el rumbo que habría tomado el país si el sucesor hubiera sido Múgica.
En una entrevista en los años sesenta, el general Cárdenas lo explicó: “El señor Múgica, mi muy querido amigo, era un radical ampliamente conocido. Habíamos sorteado una guerra civil y soportábamos, a consecuencia de la expropiación petrolera, una presión internacional terrible. ¿Para qué un radical si yo ya dejé un instrumento revolucionario?”
Astuto, el presidente López Obrador usó el nombre Cárdenas hasta que dejó de serle útil, por eso invitó a Lázaro Cárdenas Batel a ocupar la pomposa pero inservible posición de coordinador de asesores. Cárdenas Batel fue un gobernador gris que, según se decía, le dedicaba más tiempo al bongó que a gobernar y que muy pronto se encontró rebasado por las bandas criminales que operaban en Michoacán; él fue quien acudió al presidente Calderón en busca de auxilio, así empezó el gran despliegue militar y la guerra contra el narco.
El maltrato de López Obrador a la familia Cárdenas fue evidente al llevar a su gabinete a Manuel Bartlett, actor principal del fraude de 1988 y, más recientemente, al mover al nieto del general de su oficina en Palacio Nacional a la avenida Constituyentes; el alejamiento no era solo físico, sino también político.
Hoy Andrés ya no necesita a los Cárdenas, hace unos meses, el 31 de enero, en una reacción de bote pronto que después rectificó, ubicó a Cuauhtémoc en el bando de sus adversarios y dijo que no había más que dos opciones: estar con el pueblo o con la oligarquía. Desgraciadamente, el ingeniero Cárdenas no estuvo dispuesto a responder, reculó.
“No a las medias tintas”, “nada de zigzaguear”, ordenó en su discurso. A diferencia del General, él no dejará un “hubiera” como legado.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate