¿Tendrán algún impacto electoral el manejo gubernamental de la pandemia, la ausencia de un ejercicio profesional de planeación en el proceso de vacunación y los intentos de sacar raja política de lo que es una obligación elemental del gobierno?

¿Se castigarán los apagones que dañan a la gente y a las empresas y que desmienten los alegatos que hacía el presidente apenas en agosto de que teníamos reservas de gas para años?

¿Reprobarán los electores el desabasto de medicinas y la postulación de candidatos repudiables como Félix Salgado Macedonio?

Quizás sí, pero pienso que lamentablemente será solo un efecto marginal porque estos hechos y muchos más solo confirman la preocupación de sectores sociales que desde 2006 veían en López Obrador “un peligro para México”. Será marginal aunque se sumen algunos que en 2018 le dieron el beneficio de la duda, pero hoy observan con sobresalto el intento de concentrar todo el poder y de desaparecer o capturar a los organismos autónomos y a los otros poderes.

También votarán contra Morena franjas de mujeres que sufragaron por Andrés Manuel porque creyeron en su compromiso con las mujeres y tal vez muchos de quienes han perdido su empleo o su patrimonio por la pandemia ante la insensible respuesta presidencial: “que se rasquen con sus propias uñas”. La duda es ¿qué se impondrá: el voto de los agraviados o el de sus incondicionales?

En efecto, frente a quienes observan un país que parece encaminarse al desastre, están los millones de mexicanos que reciben mes a mes pensiones que afianzan su devoción al líder y se convierten en una falange iracunda dispuesta a acallar a quienes se atreven a señalar errores gubernamentales.

La manera procaz, violenta, en que reaccionan en las redes sociales los fanáticos, incluso ante las críticas más razonables, y la creencia total —como si fuera la Verdad revelada— en lo que dice el líder, constituyen una alerta sobre lo que puede ocurrir el 6 de junio cuyo desenlace dependerá en gran medida de quien venza en la guerra de las culpas.

Mientras unos están convencidos de que las decisiones presidenciales están llevando al país a la ruina, otros tienen la convicción de que todo lo malo es producto de la herencia maldita: la corrupción y el desmantelamiento institucional que impuso el neoliberalismo.

Creo que los devotos (más de 23 millones de beneficiarios directos de los apoyos sociales) emitirán un voto agradecido que será, al propio tiempo, un voto en defensa de sus pensiones y becas. El presidente les ha advertido: “nos quieren derrotar para quitarle el dinero a los pobres” y no resulta difícil imaginar que a esos favorecidos se sumen sus parejas, sus hijos o nietos.

Si el padrón electoral suma más de 93 millones de electores y acudirá a las urnas algo más del 50 por ciento, unos 48 millones, el peso de las clientelas podrá ser decisivo, aunque nada está escrito, muchos factores influirán en el desenlace, uno de ellos: la relación entre votos y devotos.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate

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