¿Qué hay en la mente de quien desde muy temprano sintió el imperativo, “la llamada” de estar en contacto con el pueblo y sacar fuerza de esa cercanía?, ¿qué lo lleva a anunciar que ha decidido enclaustrarse y que pasará el resto de sus días en una finca austera, alejado de las extravagancias del poder y de sus cariños esenciales? ¿Cómo se dará la mudanza de La ciudad de la esperanza a La Chingada?

Todavía hoy recibe los “honores” militares tan ajenos a los usos republicanos, posa en La Silla del Águila que reemplazará por una hamaca, recibe los “partes” de los órganos de inteligencia, tiene a la mano el teléfono rojo, revisa los expedientes truqueados que le acerca Jesús Ramírez Cuevas y vibra ante los gritos de la gente: “¡Es un honor estar con Obrador!” ¿Cómo procesará tantas ausencias?

Antes de decidir partir a su refugio en Palenque, quizás llegó a imaginar un desenlace épico: que aún estando en el poder, un infarto agudo de miocardio o una trombosis terminaran con su vida y que, como Juárez El impasible, moriría en su recámara en Palacio Nacional y en los días siguientes recibiría el homenaje de cuerpo presente de filas interminables en las que se mezclarían los poderosos (ricos, diplomáticos, caciques, traficantes de influencias) con la gente común, el pueblo que tanto amó. Pero sigue vivo, su gestión concluirá en unos días y por eso advierte que se recluirá como eremita en la finca que heredó de sus padres, que no viajará en aviones comerciales y que solo vendrá a la Ciudad de México para visitar a su esposa y a su hijo.

El 17 de julio, a través de un video, doña Beatriz Gutiérrez Müller, con un rostro severo e inexpresivo, confirmó el agotamiento del ciclo. Una vez que concluya el sexenio ella permanecerá en la Ciudad de México con su hijo adolescente, Jesús Ernesto (Jesús por Jesucristo, Ernesto por El Ché), mientras “él” (omitió su nombre) se irá a “un lugar que le gusta”.

El hombre que en aquellos días (todavía era priista) estuvo a punto de morir ahogado en el Río Grijalva —experiencia mística que sembró en su mente la idea de que El Creador le tenía asignado un destino trascendente— decide irse, como el Siddhartha de Hesse, a encontrarse consigo mismo, en busca de la sabiduría, a alcanzar la máxima espiritualidad.

¿Quién atenderá sus males del corazón, del riñón, gota y tiroides o una nueva crisis de salud? ¿Quiénes cuidarán su seguridad y la de su finca mientras las extorsiones, los secuestros y la violencia avanzan por toda partes? ¿Cómo procesará sus tensiones, sus frustraciones y sus resentimientos, sin la catarsis de la conferencia mañanera?

Nada de eso le importa. Lo único que cuenta es que así trazará el epílogo de su vida de luchador, probará con su ejemplo que, como ha dicho, “solo se puede ser feliz en la pobreza”. ¿Qué más necesitaría para ser canonizado?

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate

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