A lo largo de los cuatro años de este gobierno hemos visto, con sorpresa primero y después con asombro y preocupación, la manera en que ha estado entregando responsabilidades, poderes y negocios a las fuerzas armadas, una clara regresión en un país al que le tomó mucho tiempo y muchas vidas civilizar la competencia política.
En el colmo, el general Cresencio Sandoval, lejos de mantener una postura institucional, ha enviado mensajes inquietantes, por ejemplo: apartándose de la prudencia que le es exigible, se asume como parte de la facción que hoy gobierna a México y maltrata a quienes piensan distinto o cuando se niega a comparecer ante la comisión de Defensa Nacional en la Cámara de Diputados y cita a los diputados en la Secretaría de la Defensa para luego cancelarles.
A lo largo de muchas décadas, los estudiosos extranjeros se sorprendieron al observar que el sistema político mexicano era una excepción en la larga tradición de golpes militares en el resto de los países de América latina. ¿Cuál era la clave para que en México, a diferencia de lo que ocurría en Argentina, Paraguay, Brasil y Chile, los militares asumieran un papel subordinado a las autoridades civiles?
Todo empezó en los años 20 del siglo pasado. Álvaro Obregón utilizó dos fórmulas para disciplinar a los generales levantiscos: la corrupción y la violencia. El caudillo decía que ningún general aguantaba un cañonazo de 50 mil pesos y una vez derrotadas las asonadas, sus jefes militares terminaban frente al paredón.
Pero los cambios de gran calado se llevaron a cabo durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, el esfuerzo fue encabezado por el secretario de Guerra y Marina, general Joaquín Amaro. La alfabetización a las tropas, la rotación de los mandos, la creación de escuelas militares y la actualización de la legislación heredada del porfiriato constituyeron el núcleo de la reforma militar.
Más tarde, el general Cárdenas transformó al Partido Nacional Revolucionario (PNR) en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), una estructura que se sostenía sobre cuatro columnas: obrera, campesina, popular y militar, así los militares asumían un papel equiparable, no superior, al de las otras fuerzas sociales.
Con la creación del PRI, en 1946, desapareció el sector castrense, los militares participarían en el partido dentro del sector popular. Además de crear al PRI, Manuel Ávila Camacho hizo algo más: escogió como su sucesor a un civil, Miguel Alemán Valdés.
Esos pasos contribuyeron a convertir a las fuerzas armadas en una institución dependiente de la autoridad civil, alejada de la tentación de asaltar el poder. Pero ahora, el presidente López Obrador está llevando a cabo una profunda regresión que los ubica, como en las aduanas y en los puertos, en posiciones de alto riesgo ante el poder corruptor del narcotráfico.
Mientras que en todo el mundo avanza la tendencia de que un civil encabece las fuerzas armadas, en México el empoderamiento de los militares enciende focos de alerta; es inadmisible convertirlos, otra vez, en factótum de la vida política. Los queremos respondiendo con eficacia, entrega y patriotismo ante los desastres, no provocándolos.
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@alfonsozarate