Días de luto y de miedo ante desenlaces que se anticipan funestos: contagiarse del virus o que se contagien tus familiares más cercanos y saber que las posibilidades de librarla son escasas.
Días de agobio ante la pérdida del patrimonio o del empleo, o ante la inminencia de perderlos. Así vive la mayoría de la sociedad este fin de año, con una tristeza que rompe la tranquilidad de las familias, con la angustia de los padres y abuelos y la turbación de los niños que no aciertan a comprender qué está ocurriendo.
Frente a un escenario así, sorprende la insensibilidad del gobierno federal. Nada lo conmueve. “Que se rasquen con sus propias uñas”, parece decir un presidente de la República que nunca ha entendido que los empresarios no son solo los magnates —la “minoría rapaz”— sino millones de micro, pequeños y medianos empresarios que han perdido o están a punto de perder el patrimonio penosamente construido a través de una vida de trabajo. La ayuda gubernamental se ha reducido a los préstamos ridículos de 25 mil pesos.
A lo largo de meses y ante el avance incontenible de la pandemia, las autoridades nunca estuvieron dispuestas a imponer las medidas restrictivas indispensables: el uso obligatorio del cubre bocas, las sanciones a quienes organizaran reuniones sociales. Por el contrario, abundaron las señales contradictorias y los mensajes mentirosos: que ya habíamos domado la pandemia, que ya se había aplanado la curva, que ya se veía luz al final del túnel y, en un extremo, llegaron a decir que nuestro manejo de la pandemia era un ejemplo para el mundo.
El riesgo inminente era que la capital de la República replicara escenas dramáticas como las que se dieron en Guayaquil, Ecuador, en marzo y abril, con un sistema de salud colapsado, con moribundos llegando a los hospitales y muertos abandonados en las calles.
Sin embargo, el Presidente tiene tres razones para no perder el sueño: no ha colapsado el sistema de salud, el gobierno no ha contraído más deuda y su aprobación roza el 70 por ciento.
Contra toda evidencia, ha insistido en que el pueblo ha actuado con responsabilidad; ignorando las imágenes de las multitudes en las calles peatonales del Centro Histórico como Madero o Correo Mayor.
Y mientras la mayoría la pasa mal, hay otros que ni sufren ni se acongojan, los valemadristas que han seguido con sus rutinas irresponsables, contrayendo y propagando el virus con el argumento idiota de: “total, de algo nos vamos a morir”.
Hoy, de nuevo, la Ciudad de México está en semáforo rojo. Era impostergable. La decisión se adopta cuando el número de contagiados rebasaba un millón trescientos mil y 117 mil muertos según las cifras oficiales. Pero sus impactos sobre la actividad comercial y restaurantera están siendo devastadores. Durante la pandemia han cerrado 40 mil negocios en la capital, de ellos 14 mil restaurantes y muchos otros negocios se encuentran al borde del colapso.