El lunes se cumplirán 30 años de 1994, año que marcó uno de los momentos más oscuros de nuestra historia. El primero de enero entraba en vigor el TLC que coronaba la gestión de un gobierno que se propuso romper con el estatismo de los gobiernos de la llamada docena trágica de Echeverría y López Portillo.

Salinas de Gortari había iniciado su gobierno con el estigma del fraude electoral, pero la legitimidad que le habían negado las urnas la ganó a través de golpes espectaculares: el Quinazo, la renuncia de Carlos Jonguitud líder vitalicio del magisterio, el encarcelamiento del casabolsista Eduardo Legorreta y la aprehensión de Miguel Ángel Félix Gallardo, el principal jefe del crimen organizado.

Más adelante Salinas emprendió reformas constitucionales de gran calado que tocaron lo “intocable”: significativamente los artículos 3 (educación), 27 (campo) y 130 (relaciones del Estado con las iglesias). El neoliberalismo alcanzó su clímax con la privatización de bancos, líneas aéreas, Teléfonos de México y muchas otras.

Hace 30 años en estas fechas, todo era fiesta, Juan Sánchez Navarro —ideólogo del sector empresarial—, llegaría a decir que Salinas de Gortari era el mejor presidente que había tenido México después de don Porfirio. Sin embargo, muy de mañana de aquel primero de enero las noticias aguaron la fiesta: un ejército de indígenas mal armados tomó San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. El levantamiento indígena desmentía la idea de que México entraba a la modernidad.

Al levantamiento zapatista lo siguieron otros acontecimientos: en marzo el asesinato de Luis Donaldo Colosio; en septiembre el de José Francisco Ruiz Massieu. El 11 de junio en Guadalajara, el estallido de un auto bomba que dejó cinco muertos y los secuestros del exgobernador de Chiapas, Absalón Castellanos y de los empresarios Alfredo Harp (Banamex) y Ángel Losada Moreno (Grupo Gigante). Algunos calculan que ese año se fugaron de México entre 12 y 15 mil millones de dólares.

1994 era también un año de las elecciones presidenciales y en ese ambiente enrarecido que parecía anticipar un “choque de trenes”, distintas organizaciones de la sociedad civil y, significativamente, el grupo San Ángel, pugnaban por elecciones que garantizaran el respeto a la voluntad popular y empujaban el avance democrático del país; bajo el liderazgo de Jorge Castañeda y Demetrio Sodi participaban, entre otros, Carlos Fuentes, Luis Villoro, Carlos Monsiváis, Vicente Fox, Enrique Krauze y Raúl Padilla, así como Alejandro Gertz Manero, Rogelio Ramírez de la O, Lorenzo Meyer, Tatiana Clouthier y José Agustín Ortiz Pinchetti, hoy militantes de la 4 T.

En aquellos días el voto de los electores no decidía la asignación del poder que correspondía al presidente de la República erigido en El gran Elector, la CNDH y el Banco de México carecían de autonomía, el Instituto Federal Electoral era presidido por el secretario de Gobernación y la ciudad de México era gobernada por el presidente a través de un funcionario designado. Sin embargo hoy, muchos de esos avances democráticos que impulsó una sociedad civil combativa y entusiasta están en riesgo.

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