Yuval Noah Harari resume en su obra  Homo Deus  algunas de las enfermedades infecciosas que han atacado a la humanidad a lo largo de la historia. Una de ellas, quizá las más famosa, fue la llamada peste negra que inició en la década de 1330 en Asia oriental o central, causada por la bacteria Yersinia pestis que poseían las pulgas que habitaban en las ratas y que se extendió rápidamente por toda Asia, Europa y el norte de África. El trágico saldo de la peste fue la muerte de entre 75 y 200 millones de personas.

Sucesivamente, epidemias agresivas se han esparcido en América, Australia y las islas del Pacífico después de la llegada de los primeros europeos. En marzo de 1520, cuando la flota española llegó a México, nuestro país albergaba 22 millones de personas, pero en diciembre del mismo año se redujo a 14 millones a causa de la viruela. Igualmente, en 1778 exploradores británicos introdujeron en Hawái los primeros patógenos de la tuberculosis, la sífilis y la fiebre tifoidea.

En 1918, todavía en la Primera Guerra Mundial, los soldados en las trincheras del norte de Francia empezaron a morir por la cepa virulenta que recibió el nombre de “gripe española”. En pocos meses, cerca de 500 millones de personas estaban afectadas por este virus alrededor del mundo.

No obstante, el índice de mortandad de las pandemias se ha reducido de forma espectacular gracias a los avances científicos de la medicina, especialmente en las últimas décadas. Recientemente, entre 2002 y 2003, la humanidad enfrentó el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), la gripe aviar en 2005, la gripe porcina en 2009 y el ébola en 2014, todas se superaron exitosamente con un índice comparativamente marginal de fallecimientos.

Esta vez no será la excepción. La pandemia del Coronavirus o Covid-19 será controlada, gracias a las vacunas que se están desarrollando en varias partes del mundo, los medicamentos, la infraestructura hospitalaria y una cultura de mejor higiene, factores que harán la gran diferencia en esta etapa de la historia. La gran facilidad con la que millones de personas se pueden transportar actualmente a cualquier parte del mundo hizo que el virus se esparciera rápidamente, hasta el momento en que se escribe esta columna, a más de 300 mil personas, repartidas en 160 países, de las que han resultado más de 15 mil muertos aproximadamente.

Pero debemos aprovechar algo que no se tenía hace unos cuantos años: el poder de la comunicación a distancia. El internet, las diferentes plataformas informáticas, los medios masivos de comunicación pueden, en cuestión de segundos, presentarnos las mejores prácticas y acciones preventivas que se están realizando en el mundo para evitar la propagación de la pandemia. Las experiencias médicas y científicas se comparten inmediatamente durante las 24 horas del día y ese poder de comunicación lo está ejerciendo, entre otras instituciones, la Organización Mundial de la Salud.

Esta institución forma parte de la Organización de las Naciones Unidas y, desde abril de 1948, tiene la difícil tarea de coordinar, monitorear y proponer políticas de salud a nivel mundial. En momentos críticos como los que atravesamos, queda de manifiesto la enorme importancia que las instituciones internacionales tienen para la sociedad. Los problemas globales, como las pandemias, exigen respuestas coordinadas desde instancias supranacionales, ya que ningún gobierno puede, por sí mismo, enfrentar una realidad de tal magnitud.

Confiemos en que la estructura jurídico-institucional establecida para enfrentar crisis globales pueda responder con la prontitud que la situación exige. Sin embargo, la responsabilidad ante la pandemia es compartida. Toca a todos, gobiernos y ciudadanos, ceñirse a las recomendaciones de los expertos, mantenerse informados y mostrar solidaridad. Solo de esa manera podremos superar, lo más pronto posible, la emergencia mundial.

Académico de la UNAM

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