Pasa todos los años: el INEGI saca sus estadísticas de homicidios, alguien compara los datos con los que produce el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), descubre que no coinciden y empieza a elucubrar sobre conspiraciones. Si ese alguien es un periodista, es probable que acabe llamando a uno de los quince obsesivos que seguimos el tema desde hace años.

La culpa de la confusión no es de ese alguien. En efecto, el asunto no es sencillo:

1. En la mayoría de los países del mundo, hay dos conteos oficiales de homicidio: uno proveniente de las policías o el sistema de justicia, y otro del sistema de salud. México sigue ese patrón: por una parte, las fiscalías llevan una cuenta del número de casos de homicidios, agregada mes con mes por el SESNSP, y por la otra, la Secretaría de Salud y el INEGI llevan un registro de las personas que, según lo manifestado por un médico, murieron como resultado de una agresión.

2. No es inusual que haya divergencia entre las dos cifras. Eso puede suceder por varias razones no conspiratorias. Imaginen, por ejemplo, que una persona muere al caer de un tercer piso: es posible que un médico legista clasifique el hecho como un accidente, pero que, a resultas de una investigación, la fiscalía determine que alguien empujó a la víctima y que se trató por tanto de un homicidio. O al revés. En México, las cifras del INEGI son habitualmente entre 7 y 10% mayores que las que genera el SESNSP.

3. Hasta allí, México se parece al resto del mundo. Pero, al hurgar un poco, la cosa se complica: resulta que nuestra fuente policial-judicial (SESNSP), produce varias cifras de homicidio. En primer lugar, distingue entre homicidio culposo y doloso. En segundo lugar, presenta por separado las carpetas de investigación y las víctimas. Por último, clasifica aparte a los feminicidios (los cuales son un subconjunto de los homicidios de mujeres). Entonces, si se quiere contrastar los datos del SESNSP con los del INEGI, es necesario usar el número agregado de víctimas de homicidio doloso y feminicidio.

4. Para todavía añadirle a la confusión, resulta que en México tenemos una tercera fuente oficial: el informe diario generado por la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC). Ese reporte es alimentado por dependencias federales y por las fiscalías estatales. Tiene la ventaja de la oportunidad y la desventaja de la imprecisión: entre 17 y 21% de los homicidios que registra la SSPC no entran a la cuenta del SESNSP. Ya para rematar, existen diversos conteos de ejecuciones, realizados por medios de comunicación o empresas de consultoría, elaborados con fuente abierta, que siguen (con metodologías distintas) un subconjunto de homicidios, presuntamente vinculados con delincuencia organizada.

5. En todo este maremágnum, ¿a qué número hay que hacerle caso? Depende de que es lo que busque uno. El INEGI provee tal vez la descripción más amplia del fenómeno, así como la mayor cantidad de detalles sobre los incidentes y las víctimas. Desgraciadamente, sus datos se actualizan con mucho rezago: apenas estamos conociendo la información preliminar de 2019. El SESNSP es mucho más oportuno (se actualiza cada mes), pero ofrece una información mucho menos rica. La cuenta del SSPC sirve de indicador temprano, pero es muy imprecisa. Por último, los conteos privados de ejecución permiten aproximarse a una modalidad específica de violencia letal, pero dependen de fuentes abiertas de muy heterogénea calidad

En resumen, hay muchos números, pero todos al final de cuentas dicen lo mismo: tenemos un nivel inaceptable de violencia homicida.

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