En las últimas dos semanas, se ha hablado mucho de la policía. Por malas razones: por la violencia contra civiles, por las detenciones arbitrarias, por el uso excesivo de la fuerza. Esa conversación es ineludible: casos como el de Giovanni López muestran el deterioro de muchas corporaciones y la urgencia de una reforma policial a fondo.
Pero en paralelo a esa discusión, tenemos que reconocer la decencia, integridad y heroísmo de miles de policías. Y más en medio de la pandemia. Después del personal sanitario, los policías son tal vez el segmento profesional más expuestos al contagio. Van algunos datos:
1. Al primero de junio, habían muerto por Covid-19 al menos 24 policías estatales y municipales en el Estado de México. Eso implica una muerte por cada 1800 elementos. Puesto de otra manera, los policías representaban uno de cada 50 decesos registrados en esa entidad federativa a esa fecha.
2. Al 28 de abril, cuando la epidemia se encontraba aún en una etapa temprana y el número total de casos confirmados en todo el país era ligeramente superior a 15,000, ya se habían enfermado de Covid-19 no menos de 56 integrantes de la policía de la Ciudad de México.
3. En la ciudad de Oaxaca, se tenía confirmada la muerte por Covid-19 de cuatro elementos de la policía municipal. Eso equivale a uno de cada 236 miembros de esa corporación.
4. En un solo día, dieron positivo a la prueba de Covid-19 y fueron aislados doce policías municipales de Lázaro Cárdenas Michoacán. Eso equivale a casi el 10% del estado de fuerza de la corporación, según cifras del Censo Nacional de Gobiernos Municipales y Demarcaciones Territoriales de la Ciudad de México 2019.
Tanto contagio y tanta muerte se debe a que los policías no se pueden quedar en casa. Están en la primera línea de servicio a la sociedad, custodiando hospitales, protegiendo al personal médico, resguardando las cadenas de abastecimiento, y tratando de hacer cumplir, en la medida de lo posible, las restricciones que han impuesto las autoridades sanitarias. Están allí dónde se propaga el virus: en las clínicas, en los mercados, en el transporte público.
Y hacen todo lo anterior en condiciones de enorme precariedad. En múltiples localidades de muchos estados, los integrantes de las policías han debido recurrir a paros y protestas para ser dotados de equipo personal de protección. En un número enorme de corporaciones, los policías no están cubiertos con seguros de vida o esos seguros no cubren muertes por enfermedades infecciosas. Es decir, la familia de una policía muerta por Covid-19 queda, en muchos casos, totalmente desamparada.
A pesar de todo ello, muchos policías han tenido un comportamiento heroico en esta emergencia nacional. Está el caso del policía de la Ciudad de México que, caminando por un barandal en un paso a desnivel, impidió que un joven con Covid-19 se suicidara. Es decir, para salvar la vida de otra persona, se arriesgó doblemente, a una caída y a un contagio. O el de la jefa Violeta Castillo, encargada de la unidad de violencia de género en la policía estatal de Jalisco, que ha puesto en marcha un mecanismo de prevención de las agresiones contra las mujeres durante la pandemia. O el de muchos policías en muchos lugares que han trasladado a personal de salud hasta sus hogares, protegiéndolos y corriendo el riesgo de ser ellos mismos víctimas de agresiones.
Entonces, sin negar lo mucho que está mal en las policías, es indispensable reconocer la decencia y capacidad de sacrificio de la mayoría de nuestros policías. Ellas y ellos también son héroes de la pandemia y se merecen nuestro aplauso.