Dice Hugo López-Gatell , subscretario de Salud, que somos unos egoístas.
Y tiene razón: exigir que otros se pongan el cubrebocas para que “no me contamine a mí, a mi familia y mi pequeño universo” es egoísmo puro. Es realmente desalmado eso de querer vivir para contarla, eso de tratar de evitar que nuestros cercanos contraigan una enfermedad potencialmente fatal, eso de aspirar a respirar.
Solo la voracidad capitalista y el individualismo descarnado pueden explicar que le pidamos a otros hacer algo que nos protege a nosotros a la vez que los protege a ellos ¿A qué monstruo egocéntrico se le podría ocurrir semejante cosa? A alguien que vive en la colonia Del Valle, de seguro.
Este egoísmo es particularmente ofensivo cuando se contrasta con los ejemplos de solidaridad , abnegación y amor por el prójimo que vienen del propio gobierno. Tenemos, por ejemplo, el caso del doctor López-Gatell que, en el peor momento de la pandemia, cuando se pedía a gritos a la población que se quedara en casa, decidió irse de vacaciones a Zipolite.
Algunos malintencionados, condicionados por cuarenta años de neoliberalismo y seguramente añorando privilegios perdidos, vieron ese escape playero, en medio de hospitales desbordados y morgues llenas, como un acto de profunda irresponsabilidad. Pero es que no pueden trascender su egoísmo y entender que echarse unas micheladas en una palapa oaxaqueña es una manera de tranquilizar al público, de mostrarle al país que la vida sigue a pesar del virus, de hacer pedagogía con la acción. Resulta difícil encontrar acto tan desinteresado y conmovedor.
Hasta que se recuerda, claro está, otro hermoso lance del doctor López-Gatell. Batallando al virus en carne propia, con diagnóstico positivo de Covid , aún sin cumplirse el periodo de cuarentena, nuestro zar de la pandemia decidió que era un gran momento para dejarse ver sin cubrebocas, paseando por un concurrido parque de la colonia Condesa de la Ciudad de México. Eso fue, por supuesto, altruismo puro. En desafío gallardo a los protocolos establecidos por la propia Secretaría de Salud, arriesgando el físico, el buen doctor quiso mostrarnos las virtudes de la actividad al aire libre, además de mandar un mensaje de serena confianza en el futuro. Tanta generosidad arranca lágrimas.
Frente a tales muestras de empatía, nuestras peticiones egoístas y pequeñoburguesas resultan despreciables ¿Solicitar que se mande un mensaje inequívoco sobre la utilidad sanitaria del cubrebocas? Fruslerías. ¿Exigir por la vía judicial que la vacunación alcance a todos, incluyendo a adolescentes? Inconsciencia y frivolidad.
Lo justo, lo correcto, lo solidario es abandonar esta malsana obsesión por nuestra salud y la de nuestras familias. Vamos a ver a los cubrebocas como “instrumentos de conexión social” y confiar en que las personas tal vez se los pongan (y tal vez no). Prohibido prohibir, prohibido exigir, prohibido reclamar. Y menos si las quejas van dirigidas a un gobierno que sabe muy bien lo que está haciendo.
Digo, no es que como si se hubieran acumulado 600 mil muertes desde el inicio de la pandemia.
Diez años
Plata o Plomo
cumplió ayer diez años. Arrancó en octubre de 2011 en Animal Político, entonces un naciente portal digital, y luego se mudó a las páginas de EL UNIVERSAL . Mando un fuerte abrazo y un agradecimiento eterno a todas las personas que, en ambos medios, me abrieron un espacio para escribir y reflexionar sobre seguridad y justicia. Extiendo mi gratitud a los lectores que me han acompañado a lo largo de esta década. Sin ese público no soy nada. A ese público, le debo todo.
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