Desde hace un año, todos tenemos algún tipo de fantasía sobre lo que haremos cuando acabe la pandemia. Puede ser algún viaje, la asistencia a algún evento masivo, una reunión con familiares, o solo salir a la calle sin temor al contagio.
Muchas de esas fantasías se volverán realidad en los próximos meses, conforme se extienda el proceso de vacunación. Pero eso no significa que regresaremos pronto a la normalidad de 2019.
A pesar de las vacunas, vamos a coexistir con el Covid-19 un buen rato o tal vez para siempre. Como explicaba el doctor Francisco Moreno, en un artículo publicado ayer en el diario Reforma, “ante su gran dispersión en el planeta, la identificación de reinfecciones y su presencia en reservorios naturales (visones, gatos y probablemente simios), tendremos que acostumbrarnos a vivir con el virus circulando en el mundo por un largo tiempo.” Esto significa que algunas de las precauciones adoptadas durante la pandemia persistirán por varios años.
Por otra parte, algunas formas de organización social y económicas que trajo este año como respuesta a la emergencia sanitaria podrían resultar perdurables. Probablemente no haya marcha atrás en la masificación del trabajo remoto: muchas organizaciones, tanto públicas como privadas, han caído en cuenta de que no necesitan oficinas centralizadas para funcionar. Tampoco en el crecimiento del comercio electrónico: muchos consumidores han perdido reticencia a realizar todo tipo de compras en línea. Esos aprendizajes no van a desaparecer con el arribo de las vacunas.
¿Qué implicaciones pueden tener esos cambios sociales en el ámbito de la seguridad? De manera tentativa, se me ocurren tres:
1. La caída en algunas formas de delito patrimonial (robo a transeúnte, robo en transporte público, robo de negocio, etc.) que ha traído la pandemia podría ser un fenómeno duradero. En la medida en que, como resultado de la descentralización de una parte de la actividad económica, se alteren la temporalidad y la geografía del movimiento de personas, podría modificarse de manera permanente la matriz de oportunidades para cometer delitos. Eso, a su vez, tendría implicaciones significativas para todo el aparato de seguridad y justicia. Habría que revisar, por ejemplo, el tamaño óptimo y el despliegue de las policías.
2. La actividad delictiva sucederá cada vez más en línea. Algunas de las oportunidades que pierdan los delincuentes con la descentralización de la vida económica reaparecerán en espacios virtuales. Diversas formas de ciberdelito, desde el fraude simple hasta el secuestro de archivos, probablemente tengan un crecimiento explosivo en los próximos años. Eso tiene varias implicaciones. En primer lugar, viene una suerte de globalización del delito común: va a haber que cuidarse no solo de los delincuentes locales, sino también de los que están del otro lado del planeta. En segundo lugar, la creciente distancia física entre víctima y victimario probablemente signifique una disminución de la violencia por peso de ingreso en actividades ilícitas.
3. Como lo discutí en este espacio hace un par de semanas, es probable que se acelere la desintermediación de mercados ilícitos. Los mercados virtuales en la llamada red oscura permiten que compradores y vendedores de bienes y servicios ilegales se encuentren, así se ubiquen en puntos opuestos del planeta. Han surgido además medios remotos de pago que no pasan por el sistema bancario (el bitcoin y las demás criptomonedas). Todo esto milita en contra de estructuras jerárquicas complejas en el mundo criminal.
En conclusión, vamos saliendo de la pandemia, pero sus secuelas nos van acompañar por mucho tiempo.