El lunes, la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, llegó a Palacio Nacional con lo que parecen buenas noticias: “Febrero de 2021 ha sido el mes de toda la administración con menos víctimas de homicidio doloso. Este delito disminuyó 5.3% respecto al mismo mes del año anterior”.
Esos datos son correctos, pero ameritan contexto. Primero, hay un hecho obvio: febrero de 2021 es el mes con menos homicidios de la administración en parte porque es también el mes con menos días de la administración (junto a febrero de 2019). Para hacer comparaciones, se requiere considerar ese hecho.
Si se suman los feminicidios y se saca el promedio diario de víctimas, el mes pasado es el décimo menos violento desde el inicio del actual gobierno. De hecho, fue un mes que se salió muy poco de la norma: se registraron en promedio diario 96.3 víctimas de homicidio doloso y feminicidio, contra una media de 97.2 victimas por día desde el arranque de la actual administración federal.
La comparación contra el mismo mes del año pasado también requiere un ajuste, porque 2020 fue un año bisiesto y, por tanto, febrero tuvo 29 días. Considerando ese hecho y comparando con el promedio diario de víctimas de homicidio doloso y feminicidio, resulta que la caída contra febrero del año pasado fue de 2.5% y no de 5.3%. No es un mal dato, pero tampoco da para mucha celebración.
Si se toman en conjunto los primeros dos meses de 2021, hay una caída un poco mayor, de 4% con respecto al mismo periodo del año pasado. Eso sugiere que habrá una caída modesta en el número de víctimas en el año en su conjunto (los resultados de enero y febrero tienden a ser bastante predictivos).
Eso es bueno, sin duda, pero no implica un cambio radical de tendencia. La nota dominante en la curva de homicidios es la estabilidad. Desde hace tres años, tenemos todos los meses un número cercano a 3000 víctimas de homicidio doloso y feminicidio. A veces el total mensual está un poco arriba, a veces un poco abajo, pero nunca muy lejos de esa cota.
¿Qué explica esta prolongada estabilidad en niveles altos? No lo sabemos.
¿Puede ser resultado de un cambio en la política federal de seguridad, como lo argumentado los voceros del actual gobierno? Tal vez, pero vale la pena destacar que la curva se aplanó varios meses antes del cambio de administración en 2018.
¿Puede ser el producto de un cambio en el entorno, particularmente la transformación de algunos mercados ilícitos? Creo que puede haber algo allí. No es descabellado suponer que la sustitución de heroína por fentanilo en ciertos segmentos del mercado estadounidense puede estar teniendo algunos efectos pacificadores en las zonas de producción de amapola (particularmente en Guerrero). Sin embargo, a primera vista, eso no parecería suficiente para explicar tres años de estabilidad en el número de homicidios a nivel nacional.
¿Puede ser el resultado de cambios en algunos indicadores socioeconómicos o transformaciones en algunos arreglos institucionales? Es posible, pero no está enteramente claro cuáles y de qué tamaño son esos efectos.
En resumen, tenemos una comprensión insuficiente del fenómeno homicida en México. Y eso lleva a que la política pública, en todos los niveles de gobierno, sea simplemente inercial. Nadie sabe bien a bien qué funciona para disminuir el uso de la violencia letal en el país.
El resultado es esto: una triste sucesión de números terribles, pero que cambian muy poco y le interesan a muy poca gente.
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