Este fin de semana, un acto proselitista de Morena en Torreón, dirigido a promover la participación en la consulta de revocación de mandato, contó con la presencia del general Luis Rodríguez Bucio , comandante de la Guardia Nacional (GN). Uniformado y con insignias.

Todavía más: el traslado de los oradores en el evento, incluyendo a Mario Delgado, presidente del partido en el poder, y Adán Augusto López , secretario de Gobernación, parece haber ocurrido en un avión de la GN.

Este hecho no tiene muchos precedentes en los últimos 80 años. Desde que los generales cedieron el poder a los civiles en los años 40 del siglo pasado, la intervención de los militares en asuntos políticos ha sido consistentemente discreta.

Es cierto que nunca ha dejado de haber oficiales en retiro en los órganos legislativos o en los gobiernos locales. Igualmente, las Fuerzas Armadas han hecho valer su influencia política tras bambalinas en diferentes momentos de la historia nacional.

Pero los altos mandos no participaban públicamente en actos de proselitismo partidista. Esa era una raya que no cruzaban. Hasta ahora.

Tal vez el general Rodríguez Bucio no sabía que iba a ser presentado en el evento por Mario Delgado y el hecho pudo haber sido más una emboscada que una decisión tomada con antelación. Pero cuesta trabajo suponer que un funcionario tan experimentado se hubiese colocado en esa situación de riesgo si no tenía la intención de que se volviera pública su presencia.

Asimismo, se podría alegar que hay una diferencia entre las Fuerzas Armadas y la Guardia, y que el general Rodríguez Bucio pasó a retiro justo antes de asumir el mando de la GN. En ese sentido, su presencia en un acto de Morena no significaría un cambio en la tradición institucional de los militares. Pero eso sería pecar de ingenuidad.

Para todo fin práctico, la GN es una extensión de las Fuerzas Armadas en una dependencia civil. El grueso de su personal (ocho de cada diez integrantes) tiene plaza y cobra sueldo en la Sedena o la Semar. Todos sus cuarteles fueron construidos por la Sedena en predios donados por gobiernos estatales o municipales a la Sedena. Todos sus centros de reclutamiento se ubican en bases militares.

Por otra parte, el general Rodríguez Bucio es un hombre con una larga trayectoria militar, formado en los valores de disciplina y verticalidad del Ejército, y que difícilmente habría tomado una decisión tan significativa sin consultarlo primero con el secretario de la Defensa Nacional .

En consecuencia, parece difícil interpretar lo ocurrido en Torreón como algo distinto a una toma de partido de las Fuerzas Armadas (o al menos, un sector considerable de estas).

Las razones de Morena para identificarse con las Fuerzas Armadas son perfectamente comprensibles: el Ejército, la Marina y la Guardia Nacional son instituciones que gozan de un amplio respaldo social y el partido gobernante busca apropiarse de ese prestigio.

En cambio, está menos claro qué obtienen las Fuerzas Armadas de una identificación tan explícita con el partido en el poder. Es cierto que esta administración les ha significado un incremento notable de poder y presupuesto. Pero se trata de instituciones que tradicionalmente han pensado en cuenta larga, que saben que los sexenios acaban y los vientos políticos cambian ¿Por qué alinearse abiertamente con un proyecto que podría verse interrumpido en 2024?

¿Tal vez porque ahora piensan que su futuro institucional pasa por la perpetuación del arreglo político existente y están dispuestos a apostar por ese escenario? De ser el caso, sería una muy mala noticia para el país.

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