En la mañanera de ayer, la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, presumió los resultados de la más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), levantada por el INEGI en septiembre.
Así describió los datos: “Esta gráfica nos indica que en el primer trimestre de 2018, se tenía una percepción de la inseguridad de 76.8% de la población que se sentía insegura, y durante esta administración esta percepción se redujo a 64.4%. ¿Esto qué significa? 12.4 puntos porcentuales menos y, hay que decir también, que es la cifra más baja desde que se registra esta percepción de inseguridad. Ha habido una disminución importante sobre este tema y son cifras del INEGI .”
Esa información no es incorrecta, pero necesita contexto.
En primer lugar, la ENSU no mide la percepción de toda la población. El levantamiento se realiza trimestralmente entre la población adulta de 90 núcleos urbanos, distribuidos en 75 ciudades (en la Ciudad de México, se incluye individualmente a cada una de sus 16 demarcaciones territoriales). En total, la encuesta es representativa de 44.5 millones de personas, aproximadamente la tercera parte de la población del país o la mitad de la población adulta.
Segundo, ha habido en efecto una disminución de inseguridad de 12.4 puntos porcentuales desde el pico, pero la caída desde la última medición del sexenio de Enrique Peña Nieto (septiembre de 2018) ha sido de 10.5 puntos porcentuales. Esa caída, además, viene en buena medida de la mano de la pandemia.
En marzo de 2020, última medición antes de que se decretaran medidas de distanciamiento social, la percepción de inseguridad se ubica en el conjunto de las 75 ciudades en 73.4%. En septiembre de 2020, cuando se reanuda el levantamiento de la encuesta tras un trimestre de pausa, el indicador se ubica en 67.8%. Desde entonces, ha rebotado en una franja estrecha entre 64.4 y 68.1%. ¿La causa de esta reducción? En buena medida, los cambios estructurales inducidos por la pandemia en la vida económica y social: el ascenso del trabajo remoto, el crecimiento de las compras en línea, la transformación de los patrones de ocio, etc.
Tercero, hay una caída importante en esta medición con respecto al trimestre inmediato previo, pero esta se da luego de tres trimestres consecutivos de ascenso. Si se hace la comparación de septiembre de 2022 con septiembre de 2021, prácticamente no hay cambio (64.5% vs 64.4%). Visto a lo largo del año, el movimiento ha sido más bien horizontal.
Cuarto, es cierto que ese indicador se ubica en su punto más bajo desde que inició el levantamiento de la ENSU en 2013. Sin embargo, es de destacar que los datos no son enteramente comparables porque se han ido añadiendo más ciudades a lo largo de los años (más de 30 desde el arranque). Pero me parece que el dato más destacable es la estabilidad de los números. Hace casi una década, dos terceras partes de la población urbana adulta de México se sentía insegura en su ciudad. Hoy se puede decir lo mismo.
Y sí, es mejor que la percepción de inseguridad alcance a dos tercios de la población y no a tres cuartos. Pero ese bajón relativamente modesto requirió un acontecimiento extraordinario como la pandemia, con impactos gigantes en nuestra forma de organización económica y social.
Me parece entonces que no hay mucho que festejar en la ENSU y que, más que palmaditas autocelebratorias por la evolución de un trimestre, necesitamos una reflexión colectiva sobre la persistencia del miedo en nuestras ciudades.
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