Como cada tres meses, el Inegi dio a conocer los datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) , un instrumento estadístico que sirve para medir la percepción de seguridad y la experiencia con el delito de la población adulta en zonas urbanas del país. En esta ocasión, la información corresponde al periodo octubre-diciembre de 2022.

En términos generales, los resultados no son malos. A nivel nacional, el porcentaje de personas que afirmaron sentirse inseguras en su ciudad fue 64.2%, un resultado muy similar al de la medición previa (64.4%) y un poco inferior al registrado en diciembre de 2021 (65.8%).

Ese indicador se ubica en su punto más bajo desde que inició el levantamiento de la ENSU en 2013. Sin embargo, es de destacar que los datos no son enteramente comparables porque se han ido añadiendo más ciudades a lo largo de los años (más de 30 desde el arranque).

Me parece que el dato más destacable es la estabilidad de los números. Hace una década, dos terceras partes de la población urbana adulta de México se sentía insegura en su ciudad. Hoy se puede decir lo mismo.

Es cierto que ha habido una disminución importante desde los años finales del sexenio anterior. Pero esa caída viene de la mano de la pandemia. En marzo de 2020, última medición antes de que se decretaran medidas de distanciamiento social, la percepción de inseguridad se ubica en el conjunto de las 75 ciudades en 73.4%. En septiembre de 2020, cuando se reanuda el levantamiento de la encuesta tras un trimestre de pausa, el indicador se ubica en 67.8%.

Desde entonces, ha rebotado en una franja estrecha entre 64.2 y 68.1%. ¿La causa de esta reducción? En buena parte, los cambios estructurales inducidos por la pandemia en la vida económica y social : el ascenso del trabajo remoto, el crecimiento de las compras en línea, la transformación de los patrones de ocio, etc.

Es mejor, sin duda, que la percepción de inseguridad alcance a dos tercios de la población urbana y no a tres cuartos. Pero ese bajón relativamente modesto requirió un acontecimiento extraordinario como la pandemia, con impactos gigantes en nuestra forma de organización económica y social.

Adicionalmente, no ha habido mucha variación en el tipo de actividades que agudizan la sensación de inseguridad en la población. Los lugares que más percepción de inseguridad producen (cajero automático en vía pública, banco, calles que habitualmente usa y carretera) son los mismos que hace un lustro, en el pico de la oleada de miedo en la administración Peña Nieto . Y la variación en la percepción específica de inseguridad en esos sitios no ha variado más de ocho a diez puntos porcentuales en estos cinco años (y después de una pandemia, valga la reiteración).

Yo insisto por tanto en una afirmación que hice hace tres meses, luego de la publicación de los datos de la ENSU correspondientes al tercer trimestre de 2022: más que discutir la evolución de un solo trimestre, necesitamos subir la mirada y emprender una reflexión colectiva sobre la persistencia del miedo en nuestras ciudades.

Algo estamos haciendo colectivamente mal si, luego de una década, dos terceras partes de la población siente temor en su ciudad.

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