En el marco de un acto de la Marina, conmemorando el aniversario de la defensa del puerto de Veracruz en 1914, el presidente Andrés Manuel López Obrador divagó sobre la posibilidad de una intervención militar estadounidense en México.
Casi al cierre de su discurso, afirmó lo siguiente:
“México tiene mucha autoridad moral, tiene el respaldo de la mayoría de las naciones del mundo y cuenta con la fuerza de la razón y cuenta con la fuerza del pueblo, con la fuerza de la opinión pública. Ningún gobierno extranjero se atrevería a poner un pie en nuestro territorio. De todas maneras, si lo hicieran, no van a defender a México sólo los marinos y los soldados, vamos a defender a México todos los mexicanos.”
Esto requiere desempacarse. Sobre la autoridad moral de México y su respaldo internacional, no sabría cómo medirlo, pero demos por bueno el diagnóstico. Pero la siguiente afirmación ya no me parece tan cierta: ¿Estamos realmente seguros de que ningún gobierno extranjero “se atrevería a poner un pie en nuestro territorio”? Creo que los recientes llamados de diversos políticos e intelectuales de la derecha estadounidense a enfrentar el problema del fentanilo mediante el uso unilateral de la fuerza debería de llevarnos a cuestionar esa premisa.
Esos individuos hoy se encuentran en la oposición, pero bien podrían ser gobierno en un futuro no muy lejano. Yo no minimizaría esas amenazas.
Pero creo que el problema mayor radica en cómo pareciera estar imaginando el presidente esa posible intervención. Consideren la frase final: “si lo hicieran, no van a defender a México sólo los marinos y los soldados, vamos a defender a México todos los mexicanos.”
Tal vez esté equivocado, pero pareciera que el presidente está pensando en una invasión masiva, con amplio despliegue de infantería y captura de tramos importantes de territorio nacional. Pero no creo que los halcones republicanos estén pensando en algo de ese estilo.
De hecho, en su provocador artículo sobre el tema publicado en febrero pasado, el exprocurador William Barr rechazó expresamente ese escenario: “La meta no es un México perfecto. Nuestro objetivo debe ser degradar los cárteles hasta el punto de que los gobiernos mexicanos puedan reunir la voluntad y los medios para mantenerlos bajo control.”
Es decir, estos personajes tienen en mente formas de intervención mucho más limitadas: bombardeos focalizados, probablemente con aeronaves no tripuladas, en contra de supuestos “laboratorios” de fentanilo; pequeñas incursiones de fuerzas especiales para detener y trasladar (sin extradición) a Estados Unidos (o en su caso abatir) a presuntos narcotraficantes, etc.
Nada en ese escenario pinta para una respuesta como la que imagina el presidente. No habría tiempo ni espacio para una suerte de alzamiento popular en contra del invasor. Serían operaciones de pisa y corre, muchas veces sin presencia de ningún extranjero en territorio nacional. Y, además, posiblemente con alguna cobertura para esconder el origen del ataque.
Ante eso, confiar en una explosión masiva de patriotismo ante esas formas de intervención no es exactamente la mejor manera de responder a la amenaza que se cierne sobre el país.
Más bien, habría que repensar por completo la política de defensa, admitir que México sí enfrenta amenazas externas y dejar de suponer que el Ejército y la Marina pueden ser usados para lo que sea, menos para la defensa exterior.
Nota: Le deseo una pronta y plena recuperación al presidente López Obrador.