Mientras el país se prepara para la avalancha del coronavirus, algunos han aprovechado el ambiente de zozobra y las calles semivacías para la rapiña organizada.
Según datos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, se recibieron en el transcurso de marzo 41 denuncias en 12 diferentes alcaldías sobre intentos de robos masivos en centros comerciales, supermercados, autoservicios y tiendas de conveniencia.
El fenómeno se repite en el Estado de México. Allí se recibieron en marzo reportes de 28 intentos de robo masivos a ese tipo de establecimientos en los municipios de Tecámac, Ecatepec, Naucalpan, Cuautitlán, Nezahualcóyotl, Nicolás Romero, Tultitlán, Texcoco, Amecameca, Ixtapaluca, Chalco y Huehuetoca.
Por su parte, la consultora Lantia, presidida por Eduardo Guerrero, contabilizó 54 saqueos organizados (tanto consumados como frustrados) en nueve entidades federativas entre el 23 y el 26 de marzo.
Es importante notar que esto no se trata de robo famélico o saqueos espontáneos, provocados por una ruptura de la cadena de suministro. Entre los principales productos robados en estos incidentes, se cuentan celulares, televisiones, cajetillas de cigarros y botellas de alcohol. Es decir, bienes de fácil reventa en el mercado negro.
Al parecer, los grupos que cometen estos delitos se organizan mediante Facebook, Twitter o Whatsapp. En el Estado de México, la policía estatal ha ubicado a 45 grupos de esta naturaleza y tiene bajo investigación a 29 grupos más.
El modus operandi es relativamente simple. Algún organizador cita mediante redes sociales a personas que quieran participar en un saqueo en algún comercio específico a una hora determinada. Si se junta una masa crítica –en algunos casos, no pasa de 8 a 10 personas y en otros, se llega hasta treinta individuos– los ladrones entran en tropel al establecimiento y sacan todo lo que puedan en el menor tiempo posible.
¿Qué está motivando esta racha de saqueos masivos? No está enteramente claro, pero las condiciones creadas por la epidemia y las consecuentes medidas de distanciamiento social pudieran estar creando oportunidades para este tipo de delitos. La reducción notable del tráfico en las zonas urbanas del país facilita la huida. A su vez, al encontrarse las tiendas más vacías que de costumbre, los ladrones encuentran menos impedimentos físicos y menos resistencia espontánea al cometer el robo. Por último, es posible que, ante la caída en ventas, algunos establecimientos comerciales hayan relajado las medidas de seguridad (por ejemplo, una reducción en el número de guardias).
Además, pareciera haber una suerte de contagio viral. Una vez que funcionó el método, los participantes decidieron repetirlo y otras personas lo adoptaron. Por otra parte, vale la pena destacar que no es la primera racha de este tipo. Un modus operandi similar siguió al llamado gasolinazo en enero de 2017.
Es necesario destacar que las autoridades no se han quedado pasivas ante esta oleada de saqueos. Tan solo en la Ciudad de México fueron detenidas 96 personas entre el 23 y el 27 de marzo por su presunta participación en estos delitos. Y eso tal vez empieza a tener efectos disuasivos: el lunes, por primera vez en una semana, no hubo reporte de saqueos (o tentativas) en la capital del país.
Por ahora, el fenómeno parece relativamente contenido. Pero ¿qué pasa si, como preguntaba Eduardo Guerrero en una columna publicada ayer, viene una segunda oleada de saqueos? Ahora más orgánica, más social, menos conectada con una intencionalidad delictiva y más con un instinto de supervivencia generado por la crisis sanitaria y económica. En esas circunstancias, ¿tendrían las policías capacidad para mantener el orden público?
Tengo mis dudas.