La pandemia parece estar creando espíritu cívico en los grupos más insospechados. En las últimas semanas, se han multiplicado escenas de filantropía criminal: hombres armados, identificándose como integrantes de alguna banda delictiva (Cártel de Sinaloa, Cártel de Jalisco Nueva Generación, Cártel del Golfo, etc.), repartiendo despensas y bienes de primera necesidad entre sectores marginados urbanos, golpeados por el virus y el confinamiento.

Esto, por supuesto, no es nuevo. Hay muchas historias de muchos narcos en muchos lugares pagando el festival del Día de las Madres o distribuyendo juguetes en el Día de Reyes o financiando la fiesta del pueblo. Algunos, además de los gestos de generosidad calendárica, le invierten un poco a la infraestructura de sus comunidades o a cubrir algunas necesidades sociales de su gente (gastos médicos o funerarios de sus pistoleros o sus familias, por ejemplo).

No hay que exagerar la presunta generosidad de los criminales. Basta una visita a las comunidades serranas de Sinaloa, Durango o Chihuahua para caer en cuenta que muy poco de las inmensas fortunas narcas han acabado en obras duraderas de beneficio social. No hay allí mejores caminos, clínicas o escuelas que los que se pueden encontrar en otras localidades similares. Por dar un ejemplo notable, el camino que une a Badiraguato con La Tuna, poblado que vio nacer a Joaquín El Chapo Guzmán, sigue siendo de terracería.

Lo que hemos visto en semanas recientes se ajusta un poco a ese patrón. Son actos puntuales de generosidad que tienen más de anécdota y propaganda que de política social. En total, las despensas y los apoyos de las bandas criminales han de haber tenido no más de unos cuantos centenares de beneficiarios.

Sin embargo, hay algo inusual en estos arranques de filantropía en tiempos de pandemia. En primer lugar, la visibilidad de los hechos: todos los grupos criminales que se han puesto a repartir despensas se han encargado de que se conozca la identidad de los filántropos. Y no sólo entre los beneficiarios inmediatos: estos gestos se han diseminado amplia y deliberadamente en redes sociales y medios de comunicación.

En segundo lugar, algunos de estos hechos han sucedido fuera de zonas obvias de influencia de grupos criminales. Por ejemplo, presuntos integrantes del Cártel de Sinaloa repartieron despensas en algunos municipios de Aguascalientes. Asimismo, hay reportes de que el CJNG distribuyó víveres en al menos ocho poblados de San Luis Potosí.

Como bien explica mi colega Eduardo Guerrero, la selección de estas ubicaciones puede dar pistas sobre las prioridades de los grupos criminales. Es posible que haya detrás de esto un intento de generar simpatías y ganar base social en ubicaciones particularmente importantes para las operaciones de tal o cual banda de la delincuencia organizada.

Sin embargo, me parece que, a la par de esas estrategias focalizadas de relaciones públicas, hay un mensaje más amplio. Con sus arranques de generosidad, sus vistosas entregas de despensas, sus reparticiones de víveres de la mano de hombres armados, los grupos criminales están mandando el mensaje de que pueden hacer lo que sea y donde sea, que pueden mostrarse en sociedad sin recato alguno, que pueden suplir al Estado en una de sus funciones esenciales.

Es una demostración de fuerza e impunidad más potente que un convoy de cincuenta camionetas balizadas con 150 sicarios armados hasta los dientes.

alejandrohope@outlook.com. @ahope71

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