De las revelaciones tras el hackeo masivo a la Sedena, ha venido surgiendo el retrato de una institución multiusos que lo mismo persigue a criminales que investiga a políticos, vigila a organizaciones sociales, construye obra pública, administra servicios diversos y alberga ambiciones empresariales.
Pero curiosamente, en todo el alud de correos filtrados, no ha aparecido aún nada vinculado a lo que uno supondría que es la función primordial de la Sedena: la defensa exterior.
Esto puede ser reflejo del sesgo de los periodistas que han revisado la montaña de correos. Es posible que vean más como nota temas relacionados con el crimen organizado o la construcción del AIFA que informes sobre maniobras militares, reportes sobre ejercicios conjuntos con fuerzas armadas extranjeras o planes operativos en caso de invasión.
O también puede ser un asunto de tiempo, que ese tipo de revelaciones venga al cabo de algunas semanas o meses, cuando más periodistas e investigadores hayan podido revisar el cúmulo de información surgido del hackeo.
Pero igual cabe la posibilidad de que esa ausencia diga algo sobre la naturaleza de nuestro aparato militar. Es muy posible que ese tipo de información, más externa en su orientación, sea mucho más escasa que la vinculada con tareas internas. Y esa escasez relativa es posiblemente señal de prioridades estratégicas: la Sedena ve más riesgos dentro del país que en el exterior.
¿Tiene razón? ¿México vive en un entorno sin amenazas externas en el cual puede dedicar el grueso de sus capacidades militares a tareas de seguridad interior, seguridad pública o funciones varias? No estoy seguro.
Ya he discutido este tema en otras ocasiones, pero vale la pena reiterar el argumento:
1. Después de la presidencia de Donald Trump, parece iluso suponer que habrá siempre un gobierno medianamente racional y benigno en Estados Unidos. El propio Trump ha mencionado en varias ocasiones, en público y en privado, la posibilidad de usar fuerza militar en México. Ese hombre podría regresar a la Casa Blanca en 27 meses. Y si no es él, algún émulo, igual o más agresivo, podría llegar al poder. Enfrentar ese futuro sin algún tipo de capacidad militar resulta francamente aventurado.
2. Por otra parte, el vecindario geopolítico de México no es estable. Venezuela podría estallar en cualquier momento. Lo mismo vale para Cuba, Nicaragua o El Salvador. Una crisis política en esos países que desembocase en una emergencia humanitaria pondría al país ante una situación compleja. Frente a ese panorama, dejar a México sin algún tipo de alternativa militar para hacer frente a esas contingencias parece imprudente.
3. Además de riesgos, el país tiene obligaciones globales. México ya participa (marginalmente) en misiones de mantenimiento de la paz o ayuda humanitaria fuera de territorio nacional. Pero las presiones para que aumente su compromiso en ese tipo de operaciones van a ir en aumento. Y más allá de las exigencias externas, si México quiere jugar un rol importante en el mundo y participar en la definición del orden internacional, va a tener que contribuir a la solución de problemas más allá de nuestras fronteras.
Hay por tanto razones estratégicas para reorientar a las Fuerzas Armadas hacia el exterior. Pero existe además una razón política para escoger esa ruta: la mejor manera de combatir la tentación de los políticos de usar a los militares como policías con tanques o la inclinación de los militares de verse como actores políticos es dar a las Fuerzas Armadas una clara orientación externa.
Esa fue en España la receta para domesticar a los militares. No me parece mala fórmula.
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