Octubre ha sido un mes agridulce para el estamento militar.
Los generales obtuvieron sin duda un notable triunfo político al lograr la aprobación legislativa de la extensión de la presencia militar en tareas de seguridad legislativa. Esto viene, además, luego de la transferencia del control presupuestal y administrativo de la Guardia Nacional (GN) a la Sedena.
Pero octubre fue también el mes de la Guacamaya. Las revelaciones producto del hackeo masivo a los servidores de la Sedena han corrido el velo que cubría la vida interna de las Fuerzas Armadas.
El retrato que emerge no es halagador. El cúmulo de información muestra a una institución que percibe su misión de manera expansiva, distingue mal entre Estado y gobierno y prácticamente no tiene supervisión externa. La rendición de cuentas ante el poder civil parece ser un valor escaso.
Se trata además de una institución que hace de todo, salvo sus tareas fundamentales. Es notorio lo que no ha aparecido en esta avalancha de revelaciones: nada sobre maniobras militares, ejercicios conjuntos con fuerzas armadas extranjeras o procura de sistemas de armamentos.
Eso puede reflejar en parte sesgos de los medios que han tenido acceso a la información filtrada. Tal vez les parezca más interesante cubrir las especulaciones de la inteligencia militar sobre vínculos de políticos con narcos que, por ejemplo, los procesos de adquisición de radares. Pero también puede reflejar una distribución real de tiempo y recursos de control en la Sedena: más interés por lo interno que por lo externo, más atención para las nuevas responsabilidades que por las tareas básicas.
Por razones obvias, sabemos mucho menos de la Semar, pero no sorprendería que enfrentara una situación similar. También los marinos han recibido un cúmulo de nuevas misiones, desde la seguridad en el aeropuerto de la Ciudad de México hasta la administración de los puertos marítimos.
En este entorno, hay señales de que, a pesar de los incrementos presupuestales, las Fuerzas Armadas están empezando a crujir por dentro. En los últimos 18 meses, se han desplomado cuatro helicópteros militares. En al menos un caso, la caída se originó en la falta de combustible. Asimismo, se tiene el ejemplo del hackeo masivo, ocurrido a pesar de que la Sedena había sido advertida meses antes por la Auditoría Superior de la Federación de la vulnerabilidad de sus sistemas.
Esto es un coctel peligroso para el país y puede beneficiar a diversos actores no estatales, como las bandas criminales. Sin embargo, hay jugadores más tradicionales que podrían beneficiarse de este estado de cosas.
No es impensable, por ejemplo, que las Fuerzas Armadas, desbordadas por responsabilidades crecientes, con estrés presupuestal para funciones básicas y con escasa supervisión civil, decidiesen abrir la puerta a proveedores rusos o chinos, por ejemplo, para la adquisición de equipo altamente sensible (equipo de control fronterizo o vigilancia del espacio aéreo, por ejemplo) y con posible doble uso (intercepción de comunicaciones, bloqueos de señal, etc.).
Ese tipo de adquisiciones podrían poner al país en ruta hacia un conflicto serio con el gobierno de Estados Unidos, con la posibilidad incluso de violar regímenes internacionales de sanciones, amén de la dudosa confiabilidad de algunas de esas tecnologías. El equipo bélico ruso (los equipos de bloqueo de señal, por ejemplo) ha sido notoriamente propenso a fallas durante la invasión a Ucrania.
En resumen, se vuelve urgente una reforma a las Fuerzas Armadas que las reoriente hacia sus tareas fundamentales, amplíe los recursos para un proceso de modernización y fortalezca los mecanismos de control civil.
alejandrohope@outlook.com
Twitter: @ahope71
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