En el último mes, la comunicación del gobierno de México en materia de fentanilo no ha sido un ejemplo de contundencia, por decirlo de algún modo.
Desde negar que esa droga se produce en México hasta proponer (en modo guitarreo presidencial) su prohibición para usos médicos, pasando por presumir decomisos históricos, los mensajes han cubierto muchísimo terreno y abierto muchísimos flancos. Luego de múltiples mañaneras en las que se habló del tema, nada ha quedado muy claro sobre la política mexicana en la materia.
Salvo por un tema: el presidente López Obrador parece convencido de que el problema de las drogas en general y el fentanilo en particular es resultado en buena medida de la falta de información, sobre todo la dirigida a los jóvenes. Así lo ha mencionado en diversas ocasiones.
El 22 de octubre pasado, señaló que se iba a compartir con Estados Unidos (para que se aplicase allá) “la campaña de información a los jóvenes sobre el daño que causa en fentanilo”. El 7 de febrero, regresó al tema y afirmó que “vamos a iniciar una campaña, ya está echada, pero se va a realizar una campaña [de información] para inhibir el consumo de drogas sobre todo de fentanilo”.
Un mes después, regresó al tema y anunció que “vamos a hacer un llamado a maestros y a padres de familia, porque queremos que se trate el tema [del consumo de fentanilo] en las clases…ya estamos elaborando materiales y vamos a intensificar campaña en radio y televisión”.
Finalmente, el 9 de marzo, el canciller Marcelo Ebrard reveló que México y Estados Unidos habían acordado, a petición expresa del presidente López Obrador, llevar a cabo una campaña binacional “para allegar de información a los jóvenes y a las familias” sobre el consumo de fentanilo.
En principio, esto suena bien ¿Quién podría oponerse a una campaña masiva de información dirigida a prevenir el consumo de drogas, sobre todo entre la población joven?
Nadie, salvo todos los que se han puesto a buscar evidencia de eficacia de ese tipo de intervenciones.
En un reporte del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías, se realizó un metaanálisis de 23 estudios sobre el impacto de campañas en medio masivos para prevenir el consumo de drogas en población joven. Los resultados no fueron muy alentadores, por decirlo de algún modo:
“En resumen, este metaanálisis de estudios aleatorizados encontró un efecto nulo sobre la reducción del uso y un efecto débil sobre la intención para usar sustancias ilícitas. También identificó posibles efectos no deseados en términos de jóvenes que declaran que les gustaría probar drogas.”
¿Y por qué tienden a fracasar estrepitosamente este tipo de campañas? Por una razón fundamental: buscan asustar, no informar, a los posibles consumidores. Presentan las formas más extremas y más problemáticas de uso de drogas como si fueran las más frecuentes (o hasta las únicas). El contraste con la realidad las acaba desacreditando.
Lo peor de todo es que acaban estigmatizando a todos los consumidores y marginalizando a las personas que sí necesitan atención. Ese tipo de campañas, orientadas a “sólo decir no” (el célebre eslogan de la administración Reagan en los años ochenta) y no a reducir daños, no solo no reducen el consumo, sino que acaban abiertamente produciendo daño.
En el asunto del fentanilo, “sólo decir no” es no decir nada importante.
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