Hace algunos días, mi colega Carlos Vilalta escribía en estas páginas sobre el desplome de ciertas formas de actividad delictiva en México como resultado de la pandemia y las medidas de distanciamiento social.
Según datos oficiales, se habría registrado en marzo una disminución de 65% en las carpetas de investigación abiertas en la Ciudad de México en seis categorías de delito. De manera interesante, la violencia familiar se cuenta en esa lista.
Ese dato sorprende porque, cuando iniciaba la pandemia, se especulaba que el confinamiento masivo podría provocar un incremento de las agresiones en contra de mujeres en el hogar. Había de hecho evidencia de un fenómeno de esa naturaleza en China y algunos países europeos.
¿Entonces, si ha habido una disminución de las carpetas de investigación por violencia familiar, se puede concluir que la teoría estaba equivocada? ¿Hay algo excepcional en la familia mexicana que mitiga el impacto negativo del confinamiento al interior de los hogares?
Esa parece ser la posición del presidente Andrés Manuel López Obrador. En la conferencia mañanera de hace dos días, afirmó lo siguiente: “Se partía del supuesto de que si se estaba más tiempo en las casas podía experimentarse, podía darse más violencia familiar. Esto no necesariamente está sucediendo porque no se puede medir con los mismos parámetros a todo el mundo. En México tenemos una cultura de mucha fraternidad en la familia.”
No se puede descartar de antemano que haya alguna suerte de explicación cultural para la inusual caída en las denuncias de violencia familiar. Pero, como mínimo, suena raro dado lo que sabemos sobre la dinámica de las relaciones en los hogares y los patrones de violencia de género. El hogar no es un lugar particularmente fraterno para varios millones de mujeres.
La clave se ubica más probablemente en lo que señala Vilalta en su artículo. La pandemia ha tenido un doble efecto: una disminución de los delitos, como resultado del confinamiento, pero también una reducción de las denuncias. Ante el riesgo de contagio y las limitaciones a la movilidad impuestas por la autoridad, no muchas personas van a ir a una agencia del ministerio público a denunciar un delito.
En el caso de la violencia familiar, este segundo efecto es probablemente decisivo, sobre todo si se considera un indicador alternativo: el número de llamadas al 911.
Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (Sesnsp), se realizaron, entre enero y marzo de 2020, 170 mil llamadas al 911 por razones de violencia familiar. Eso implica un crecimiento de 9.6% en comparación con el mismo periodo de 2019. En términos absolutos, eso significa un aumento promedio de siete llamadas adicionales por hora.
Considerando que ese indicador es relativamente estable, un incremento de ese tamaño llama la atención. No está de más recordar que estas cifras solo capturaron un par de semanas de distanciamiento social. Es posible que el efecto sea mucho más notorio en el segundo trimestre.
Esto sugiere que, como se anticipaba, el confinamiento ha conducido a un incremento de la violencia en los hogares. Si no ha habido un incremento de las denuncias formales es más por restricciones a la movilidad que por alguna característica excepcional de las familias mexicanas
Desgraciadamente, en esto como en muchas otras cosas, somos como el resto del mundo.
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