En su alegato inicial, César de Castro, abogado defensor de Genaro García Luna en el juicio que se le sigue en Nueva York, afirmó que no hay evidencia material que vincule a su cliente con los delitos que se le imputan: “No hay un solo chat, llamada, video, documento, foto, nada que pruebe este supuesto nexo criminal. ¿Y el dinero? No existe”.
Esa apreciación parece ser correcta. Después de dos semanas y una docena de testigos, la fiscalía no ha presentado algún tipo de rastro material o documental que muestre el pago de sobornos a García Luna y su presunto apoyo a las operaciones de tráfico de droga del Cártel de Sinaloa.
Lo que sí ha abundado es evidencia testimonial. Han pasado por el estrado múltiples testigos describiendo actos de corrupción, algunos involucrando directamente a García Luna y otros a subordinados o elementos de la Policía Federal o la AFI. Algunos de esos testigos han sido narcotraficantes de cierto peso (Sergio Villarreal, Óscar Nava), otros han sido personajes de poca monta (un narcomenudista de Nueva York, por ejemplo) y otros más han sido elementos en activo o retirados de corporaciones policiales, tanto mexicanas como estadounidenses.
Por lo que se sabe, ese va a seguir siendo el tenor del juicio en las semanas que faltan para que la fiscalía termine de presentar su caso: una multiplicidad de testimonios, no solo sobre García Luna, sino sobre la corrupción y el narcotráfico en México, y pocas evidencias materiales que apuntalen esos dichos.
Eso bien puede ser más que suficiente para obtener una sentencia condenatoria: muchos juicios en Estados Unidos se acaban resolviendo exclusivamente con evidencia testimonial. Escuchar a varios testigos, con motivaciones diversas y puntos de vistas dispares, contar historias similares con detalles parecidos puede ser una prueba muy potente de la culpabilidad del acusado.
Pero allí también radica la vulnerabilidad de una estrategia de ese tipo. Dos o más testigos pueden acabar haciendo afirmaciones contradictorias. O un mismo testigo puede acabar haciendo declaraciones lógicamente incompatibles (ya sucedió en este caso en el contrainterrogatorio a Óscar Nava Valencia). La defensa puede además cuestionar la credibilidad, la motivación o hasta la memoria y los sesgos cognitivos del testigo (no está de más recordar que se están narrando hechos de hace 15 o 20 años).
Más importante: la defensa podrá en su momento presentar todos los testigos que juzgue pertinente, algunos de los cuales probablemente contradigan de manera frontal las afirmaciones realizadas por testigos de la parte acusadora. ¿Cómo evaluar entonces declaraciones que corren en sentido contrario? En ausencia de evidencia material, esto se vuelve una evaluación subjetiva de la credibilidad de los testigos.
Es importante recordar que los objetivos de la fiscalía y la defensa no son idénticos. Los fiscales tienen que convencer a los 12 integrantes del jurado de la culpabilidad de Genaro García Luna (el veredicto tiene que ser unánime). Y esa convicción tiene que ser a prueba de una duda razonable.
Para la defensa, en cambio, basta con sembrar dudas en un solo integrante del jurado. Eso es suficiente para que no se pueda llegar a un veredicto, se anule el juicio y todo regrese a la casilla inicial, con la posibilidad de que la fiscalía se desista de la acusación en ese punto.
En resumen, es posible que García Luna sea condenado solo o mayoritariamente con evidencia testimonial (sigo creyendo que ese va a ser el desenlace). Pero también es cierto que esa puede ser una estrategia de alto riesgo que acabe en un veredicto sorpresivo.
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