El martes pasado, la mañanera presidencial tuvo lugar en Zapopan, Jalisco.
En ese acto, el general Luis Cresencio Sandoval afirmó que “Guadalajara tiene más de ocho mil policías trabajando, en Zapopan siete mil 345 y de ahí Tlaquepaque, Tonalá y Tlajomulco hacen un total de 23 mil 269 policías atendiendo a la ciudadanía y unido con todo lo que tienen los demás municipios y la policía propiamente de esos municipios hacen un total de 31 mil 479 hombres que, considerando el promedio que establece la ONU, el estado tiene un superávit de 25.7 por ciento de policías.”
Esto de apelar a la ONU como autoridad sobre el número de policías no es solo asunto de declaraciones públicas. Existe desde el sexenio anterior un documento denominado Modelo Óptimo de la Función Policial que estableció un estándar mínimo de 1.8 policías por 1000 habitantes. Ese número se obtuvo de promediar lo existente en el país en 2017 (0.8 policías por 1000 habitantes) y el promedio de una encuesta realizada en 2006 por la Oficina de Naciones Unidas para las Drogas y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés) entre algunos de sus países miembros (2.8 policías por 1000 habitantes).
Aquí hay un hecho insoslayable: no existe un estándar formal de la ONU sobre el tamaño óptimo o mínimo de las fuerzas policiales de un país. Hay un promedio de una encuesta levantada hace 15 años.
La variación que esconde ese promedio es gigantesca. Hungría, por ejemplo, tenía menos de un policía por 1000 habitantes y en cambio, las Islas Mauricio tenían más de nueve. Aún entre países relativamente similares, hay diferencias notorias: en Bélgica, había 3.6 policías por cada mil habitantes; en Holanda, apenas 2.2.
Dicho de otro modo, el número óptimo de policías no es una constante universal. Depende en primer lugar del contexto geográfico y demográfico (superficie, orografía, pirámide poblacional, etc.). Depende también de las condiciones de seguridad existentes: Fresnillo y San Pedro Garza García tienen más o menos la misma población, pero a nadie se le ocurriría sugerir que requieren el mismo despliegue policial.
Importa también la calidad de la policía: mientras mejor sea, se pueden necesitar menos elementos para tener el mismo efecto disuasivo. Igualmente decisivos son los objetivos que se persigan: la policía no sólo está para detener delincuentes, también mantiene el orden y provee servicios diversos.
Hay muchas complicaciones para determinar el tamaño ideal de la policía, pero simplemente optar por una fórmula estadística arbitraria no ayuda a resolverlas. En un reporte reciente, la Asociación Internacional de Jefes de Policía (IACP por sus siglas en inglés) señalaba que “no existen estándares de personal policial predefinidos y universalmente aplicables. Las proporciones simples, como policías por mil habitantes, son totalmente inapropiadas como base para decisiones de contratación”.
Es posible que en México necesitemos más policías. En algunos municipios (Morelia entre 2015 y 2018, por ejemplo), un incremento del estado de fuerza ha estado asociado con disminuciones en la incidencia delictiva. ¿Pero cuantos más? Allí es donde la cosa se complica.
¿Cómo se determina el punto óptimo o la meta deseable? Con ensayo y error, pero, sobre todo, con evaluaciones sistemáticas sobre lo que hace la policía y cómo lo hace en contextos específicos.
Requerimos una discusión más sofisticada sobre el número de policías. Un buen primer paso sería dejar de usar a ciegas cifras mitológicas. Decir que la ONU dice algo (y más si no lo ha dicho nunca) no nos releva de la obligación de pensar por cuenta propia.
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