El jueves pasado, en la sección de seguridad de lo que denominó como informe, el presidente Andrés Manuel López Obrador presentó como logro una aparente estabilidad del submundo criminal: “Ya estaban integradas las bandas, los grupos delictivos cuando llegamos, no creo que se hayan creado nuevos grupos en estos dos años y medio, es el cártel Jalisco o del Pacífico o el de Guanajuato, los que ya habían”.

Reiteró esa idea en la mañanera del viernes: “Del tiempo que llevamos, no se han creado nuevos cárteles, que nosotros heredamos estos cárteles, estos grupos. El cártel de Sinaloa, pues no surgió hace dos años y medio; el Jalisco Nueva Generación, tampoco.”

Esta idea resulta un tanto extraña por varias razones.

En primer lugar, no está muy claro qué está contando el presidente. Se forman grupos delictivos nuevos todos los días: basta con juntar a algunos individuos para cometer algún delito. No es que se requiera ir al notario o registrar la marca para crear una banda criminal ¿Cuántas de esas bandas son “cárteles”? Pues depende de la definición de cártel. Y ésta claramente no es fija. En 2012, el entonces titular de la PGR, Jesús Murillo Karam, afirmó que en el sexenio de Felipe Calderón habían surgido “entre 60 y 80 cárteles pequeños y medianos”. Luego, en 2014, la propia PGR afirmó que había nueve cárteles que controlaban a 43 pandillas (sin especificar del todo cuál era la diferencia entre cártel y pandilla). En 2017, la DEA identificó en un reporte oficial a seis cárteles mexicanos. Y ahora el presidente López Obrador afirma que solo hay tres. Esas cuentas no parecen ser comparables.

Pero concediendo el punto y asumiendo que en efecto no se ha formado ningún “cártel” desde diciembre de 2018, salta una pregunta obvia: ¿por qué eso es bueno? ¿Por qué es necesariamente deseable una situación en la que unas cuantas grandes organizaciones criminales consolidan su posición y adquieren un poder monopólico sobre tramos completos de la economía ilegal? Tal vez en un escenario de esa naturaleza habría menos conflicto, pero podría significar una mayor capacidad de corrupción, intimidación y extracción de rentas. ¿Cuál de esas dos situaciones es preferible? No estoy seguro y creo que la respuesta no es obvia.

Asimismo, ¿por qué es mérito del gobierno la presumida escasez de nuevos grupos delictivos? La configuración del submundo criminal depende de muchos factores que no se controlan desde Palacio Nacional: por ejemplo, los cambios tecnológicos, la evolución de los mercados (lícitos e ilícitos) y las políticas adoptadas por terceros países (en materia de drogas, armas, etc.). Todo eso, además de factores geográficos, económicos y hasta históricos, pueden determinar el tipo de arreglos organizacionales que existen en la economía criminal. ¿Cómo interpretar que (supuestamente) no haya nuevos “cárteles”? ¿Como resultado de una política del gobierno federal? Me parece que el asunto es más complicado.

Por último, el presidente sugiere que la (supuesta) ausencia de nuevos cárteles es señal de una disminución de la corrupción en las instituciones federales. No estoy seguro de que esa sea una lectura correcta. De hecho, la corrupción sistémica puede ser una barrera a la entrada de nuevos participantes en un mercado (lícito o ilícito). En la economía legal, un sector con una estructura oligopólica probablemente cobije más corrupción que uno con mayor número de participantes. Esa analogía puede no funcionar en la economía ilícita, pero regreso al punto de fondo: en este tema, menos no es necesariamente mejor.

En resumen, el presidente se puso a presumir algo muy raro. Será porque no había mucho más que alardear.

alejandrohope@outlook.com
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