Queda mucho dolor. Por los muertos, por los heridos, por los que quedaron lisiados, por las vidas interrumpidas, por los que no han podido rehacer su existencia, por los que perdieron todo en un par de minutos, por los que aún siguen en la calle.
Queda un paisaje que aún luce devastado. Casi 200,000 inmuebles dañados, miles de viviendas perdidas, centenares de escuelas derruidas, monumentos históricos irreparablemente dañados, ciudades trastocadas, lotes vacíos donde alguna vez hubo una casa, un edificio, unas vidas.
Queda mucha indignación. Por la indiferencia de tantas autoridades, por la codicia de tantos desarrolladores, por la corrupción que mata, por la impunidad que enferma, por tantos que siguen allí tan campantes después de haber incumplido sus responsabilidades mínimas.
Queda el sabor amargo de una reconstrucción fallida. Millones de pesos que no llegaron a su destino. Subejercicios criminales, recursos desviados, recursos desperdiciados, recursos atorados en corredores burocráticos. Mala planeación, censos incompletos de damnificados. Niños que siguen tomando clases en estacionamientos, víctimas que siguen en campamentos. Dos años: menos de treinta por ciento de los inmuebles dañados han sido reconstruidos.
Queda mucho por revisar. Miles de edificios que quedaron tocados por los sismos y miles más que la libraron esta vez, pero que podrían tener peor suerte cuando la tierra se vuelva a mover. Reglamentos de construcción normas de zonificación, protocolos de actuación ante emergencias.
Queda reconocer que ciertos tramos del Estado funcionaron, que el Ejército y la Marina y la Policía Federal se portaron a la altura de la tragedia, que el personal de Protección Civil fue crucial para organizar los esfuerzos de rescate, que muchos servidores públicos hicieron honor a su título.
Queda el recuerdo de días heroicos. Los miles de brigadistas espontáneos, la acción orgánica de millones, las cubetas de escombros pasadas de mano en mano, el llanto de un soldado entre las ruinas, los ejércitos de voluntarios verificando cada dato y cada rumor, las flotillas de motos y bicicletas llevando víveres, equipo y alimento, la exultación colectiva ante cada vida salvada.
Queda una densa red organizacional surgida de la experiencia de los terremotos. Iniciativas como Verificado o Epicentro. Esfuerzos locales en Juchitán, Jojutla o Puebla. Organizaciones vecinales en cada una de las ciudades afectadas. Comunidades virtuales de activistas, monitoreando la reconstrucción, peleando por los derechos de los damnificados, exigiendo justicia para las víctimas.
Quedan vidas transformadas. Jóvenes que tuvieron su bautismo de fuego entre los escombros y descubrieron en la tragedia una vocación de servicio. No tan jóvenes que dejaron atrás el cinismo de los años y encontraron nuevas metas vitales. Algunos que terminaron enamorados y juntos en medio del desastre. Muchos que tejieron lazos de camaradería inquebrantable en la emergencia
Queda algo del espíritu de septiembre. Eso espero al menos: que quede en muchos la conciencia de que el extraño que hoy ignoramos puede empuñar mañana pico y pala para salvarnos, y que ese vislumbre obliga al respeto y la empatía. Queda el puño en alto.
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