Al momento de escribir estas líneas, no conozco aún el resultado de la elección presidencial en Estados Unidos. No se puede saber por tanto lo que depara el futuro inmediato para la relación de México con su vecino del norte. Sin embargo, la era de Trump ha dejado algunas lecciones que no hemos acabado de aquilatar:
1. Tal vez Donald Trump salga de escena, pero el trumpismo probablemente será un fenómeno duradero. La combinación tóxica de resentimiento blanco, estancamiento económico y alienación cultural que hizo posible el ascenso de Trump hace cuatro años, persiste y nada indica que vaya a desaparecer en el corto plazo. Eso, combinado con las peculiaridades del sistema electoral estadounidense, hace al menos posible que, en un futuro no muy lejano, algún político con una agenda similar a la del actual ocupante de la Casa Blanca, llegue a la presidencia de Estados Unidos.
2. Dado ese hecho, no se puede suponer que no habrá en el futuro algún gobierno estadounidense abiertamente hostil a los intereses mexicanos, tanto o más que la administración Trump. Y esa hostilidad podría manifestarse en múltiples frentes: comercio, migración, narcotráfico, energía, recursos hidrológicos, etc. Confiar en una persistente benevolencia o indiferencia de Washington hacia México es pecar de ingenuidad.
3. Por razones que resultan obvias, el surgimiento de un gobierno estadounidense neotrumpista, dominado por un nacionalismo agresivo y una xenofobia abierta, sería una amenaza existencial para el Estado mexicano. Como nación independiente, no hemos enfrentado nada similar desde mediados del siglo XIX. En consecuencia, prepararse para ese escenario —tal vez improbable, pero ciertamente no descabellado— debería de ser de aquí en adelante el norte constante de la política de seguridad nacional en México.
4. Aceptar esa premisa tiene varias implicaciones significativas. En primer lugar, hay que abandonar el mito de que México no enfrenta ninguna amenaza externa y que no tiene ningún sentido preparar a las Fuerzas Armadas para tareas de defensa exterior. No hay, por supuesto, ninguna posibilidad de paridad estratégica con Estados Unidos, pero tal vez sea prudente adoptar (a escala más modesta) una postura de defensa similar a la que tiene Taiwán frente a China: el objetivo no es derrotar a un enemigo mucho más poderoso, sino tener capacidades adecuadas para generar pérdidas suficientemente altas para prevenir una agresión.
5. En segundo término, habría que repensar también nuestro tradicional recelo a intervenir en los procesos políticos estadounidenses. Eso requeriría, sin duda, una cuidadosa consideración de métodos, instrumentos, oportunidades y consecuencias, pero, dado lo que se juega para México en una elección en Estados Unidos, quedarse de espectador y confiar en el sentido común de los votantes estadounidenses no es tal vez la mejor política.
6. En mismo sentido, habría que pensar en construir un servicio de inteligencia exterior, con capacidad para operar en Estados Unidos, para mejorar la capacidad de toma de decisiones y la posición negociadora de las instituciones mexicanas.
7. Por último, tal vez habría que considerar la posibilidad de un acercamiento diplomático con potencias extrarregionales, particularmente China e India, como una manera de eventualmente contrarrestar a un gobierno estadounidense abiertamente hostil.
Nada de lo anterior significa no tener una relación amistosa y colaborativa con Estados Unidos cuando sea posible, pero implica prepararse para un escenario francamente catastrófico. Después de cuatro años de Trump y con el trumpismo muy vivo, resulta imprudente pensar que no es un futuro posible.
alejandrohope@outlook.com
Twitter: @ahope71