La DEA no es mucho de guardar las formas. Horas apenas después de la captura de Rafael Caro Quintero , la agencia estadounidense ya estaba colgándose la medalla. Anne Milgram, su directora, afirmó que su “increíble equipo en México había trabajado en asociación con autoridades mexicanas” para ubicar y capturar al hombre que es acusado de secuestrar, torturar y asesinar a Enrique Kiki Camarena hace casi cuatro décadas.
Tanta sinceridad no cayó bien en círculos diplomáticos. A paso redoblado, vino el (semi) desmentido del embajador Ken Salazar , quien afirmó que “ningún funcionario estadounidense había participado en la operación táctica” que llevó al arresto de Caro Quintero.
Y luego vino la negación de negaciones, la del propio presidente López Obrador en plena conferencia mañanera: “En el caso de la participación de la DEA, como lo señaló el embajador de Estados Unidos, no tuvieron injerencia directa… la información que me transmitió el almirante [secretario Rafael Ojeda] fue en el sentido de que no hubo esa participación; y luego, pues el embajador de Estados Unidos aclaró.”
¿Aclarado el punto entonces? ¿La DEA no participó en nada y todo, la ubicación y la captura, fue obra de las fuerzas federales mexicanas?
Pues parece que el asunto es más complicado.
Un largo artículo, publicado el sábado en el Washington Post y firmado por Kevin Sieff y Mary Beth Sheridan , reveló que existía en la DEA desde hace nueve años una fuerza de tarea dedicada en exclusiva a la localización y detención de Caro Quintero.
Según la investigación, esa fuerza de tarea había venido trabajando con las fuerzas especiales de Marina, así como con el aparato de inteligencia naval, desde 2013. Y como parte de esa colaboración, hubo al menos 12 intentos fallidos para capturar a Caro (al menos tres de ellos durante el actual sexenio) antes de su aprehensión el pasado 15 de julio.
¿Y qué ponía la DEA en ese esfuerzo conjunto? Recursos técnicos, pero sobre todo inteligencia humana. De acuerdo con el reportaje, la agencia estadounidense había reclutado como informantes a familiares directos del propio Caro Quintero. Y gracias a esa asistencia, los elementos de la Marina habían identificado la ubicación del presunto narcotraficante y mantenían un seguimiento discreto desde hace algunas semanas.
La decisión final de detenerlo habría llegado un par de días antes de la operación, aunque no está confirmado si esto sucedió como parte de la visita del presidente López Obrador a Washington. Los miembros de la fuerza de tarea de la DEA habrían seguido el operativo en tiempo real, pero sin involucrarse directamente en la detención.
Este recuento publicado por el Washington Post encaja perfectamente con lo que sabemos de la DEA, sus prioridades y sus métodos en México. No es novedad que la agencia mantiene una colaboración estrecha con la Marina desde hace años, ni que cuentan con una amplísima red de informantes en el submundo criminal mexicano, ni que han considerado a Caro Quintero un blanco de la más elevada prioridad desde su salida de prisión en 2013.
Dado ese contexto, era absolutamente inverosímil que no hubiesen participado en una operación de esta naturaleza. Desmentirlo vehemente, como sucedió desde la embajada y desde Palacio Nacional, acabó siendo contraproducente: llevó a soltar bocas en la propia DEA y a socavar la credibilidad tanto del embajador estadounidense como de las autoridades mexicanas.
Mala jugada.
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