Recientemente vi la película Ya no estoy aquí, dirigida por Luis Fernando Frías de la Parra. La cinta narra la historia de Ulises, un joven de 17 años originario de Monterrey que lidera el grupo llamado “Los Terkos” en la subcultura denominada “kolombia”, asociada a la indumentaria de los cholos, las patillas largas cubiertas de gel y la pasión por la cumbia colombiana. Ulises huye de Monterrey a Nueva York luego de verse envuelto en un malentendido con pandilleros. Ya en Estados Unidos, el protagonista intenta sobrevivir desempeñando diversos oficios, con muy pocos recursos y sin saber inglés.

La película me dejó sentimientos encontrados. Por un lado, disfruté mucho ver cómo la música y el baile funcionan como elementos de cohesión e identidad de un grupo social. Por otro lado, fue muy duro encontrarme nuevamente con episodios de pobreza, violencia e injusticias, muchas veces invisibilizados por la imagen idílica que queremos proyectar de México, sus rincones y su gente. En esta tendencia de mostrar solo aquello que parezca atractivo y positivo de nuestro país, no solamente marginamos a comunidades enteras, sino que nos perdemos la oportunidad de conocer, entender y apreciar otras manifestaciones culturales que son parte de nuestro entorno y que somos incapaces de valorar debido a nuestros prejuicios.

Ya no estoy aquí, además, contribuye a las discusiones que han surgido nuevamente en México y el mundo en torno al racismo, el clasismo y la discriminación. Se trata de problemas que, aunque históricamente no han sido abordados con profundidad en nuestro país, generan un daño enorme a la sociedad y propician un ambiente de odio, violencia y exclusión social. En ese sentido, he seguido algunos de los mensajes en redes sociales que hacen alusión a la película y me he encontrado con varias expresiones ofensivas, especialmente dirigidas al lenguaje e imagen de sus personajes. Quizá son muy similares a las que se vertieron contra Yalitza Aparicio luego de protagonizar la película Roma.

Lo que estos comentarios parecen mostrar es molestia por la difusión y publicidad de figuras que no estamos acostumbrados a ver en pantalla, porque, en nuestra mente, las personas en situación de vulnerabilidad y escasez de recursos económicos merecen otros espacios, donde podamos ignorar sus problemas, donde no podamos verlos ni tengamos que sentirnos parte de ellos.

La película también abona a la reflexión de cuán poco conscientes somos de los privilegios que nos otorgan el lugar y espacio en el que nacimos y lo determinantes que son para definir lo lejos que podemos llegar y la gravedad de los problemas a los que podemos enfrentarnos.

Es cierto que existen casos de personas que logran romper barreras y mejoran su calidad de vida al paso de los años. Sin embargo, no podemos pensar que esos casos son representativos de la mayoría y que todas las personas requieren simple y sencillamente esforzarse para prosperar. La situación de violencia y pobreza que viven muchos jóvenes en diferentes regiones del país, como los kolombia en Monterrey, los expone a un limitado número de opciones, donde a veces deben elegir entre huir o arriesgar su vida y la de sus familias.

Sin embargo, Ya no estoy aquí va mucho más allá del retrato de una difícil situación, porque nos muestra que ser kolombia también es una fusión de culturas, baile, música, estética y, al mismo tiempo, compañerismo, empatía y solidaridad. Ulises tiene siempre un sentido de responsabilidad y trata de defender a su grupo y a su familia. No obstante, sus cualidades no se exageran, como tampoco se minimizan sus miedos y frustraciones: es un personaje honesto, directo y transparente. Quizá también por eso la película es tan poderosa, pues muestra una realidad tal como es, sin ningún tipo de romanticismo.

Espero que puedan ver Ya no estoy aquí y que esta cinta sirva para reflexionar sobre los retos que tenemos que enfrentar como sociedad. Al final, lo que más me da vueltas tras ver la película es la cantidad de generaciones de jóvenes que hemos perdido no solo por la falta de oportunidades, sino también por juzgarlas, entenderlas tan poco y por habernos distanciado tanto de ellas.

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