En columnas anteriores he mencionado que el sistema de votación de los Estados Unidos es indirecto y que, por lo tanto, no son los ciudadanos quienes eligen directamente al presidente, sino un grupo de intermediarios denominados electores, votados por cada estado y que a su vez forman el Colegio Electoral. Esto significa que, dado que cada estado tiene un número determinado de electores, lo más importante en una elección es garantizar la mayoría de los votos para uno u otro partido y no necesariamente incrementar el número de personas que vote en ese estado.

Por este motivo, estados con una fuerte tradición demócrata o republicana (también conocidos como estados rojos o azules, por el color de cada partido) no representan especial interés para los candidatos a la presidencia, pues estos tienen asegurados a los miembros del Colegio Electoral. Donde los candidatos concentran todos sus esfuerzos en cada elección es en los denominados swing states o “estados bisagra”, como también se les conoce en español.

Estas entidades no tienen un patrón establecido de votación y cada cuatro años pueden votar lo mismo por un candidato republicano que por uno demócrata. Por ejemplo, Florida dio sus 29 votos del Colegio Electoral a Barack Obama en 2008, pero en 2016 los dio a Donald Trump.

En esta elección en particular, parece que todo se debatirá en los estados de Pennsylvania, Wisconsin, Michigan, Carolina del Norte, Arizona y Florida, pues son en los que las encuestas se encuentran más cerradas entre los dos partidos y donde la población no parece identificarse mayoritariamente con uno u otro candidato.

En la pasada elección, Donald Trump obtuvo 304 votos del Colegio Electoral de un mínimo para ganar de 270, mientras que Hillary Clinton obtuvo 227. Ella ganó el denominado “voto popular”, lo que significa que más personas en lo individual votaron por ella en todo el país pero, dado que cada estado tiene un número limitado de miembros del Colegio Electoral, los que ella obtuvo no fueron suficientes para obtener el triunfo. Trump, por su parte, al obtener más electores por estado, ganó la elección general a pesar de tener menos votos individuales a nivel nacional.

Es curioso, pero desde principios del siglo XX ningún presidente había ganado el Colegio Electoral sin ganar también el voto popular hasta la elección del año 2000, cuando George W. Bush venció al popular candidato demócrata, Al Gore. Ello ha llevado a cuestionar la legitimidad del sistema democrático de votación semidirecta y la viabilidad de mantener un Colegio Electoral que no representa el voto de la totalidad de los ciudadanos del país. Sin embargo, en el Congreso no parecen existir intenciones para cambiar esta realidad, cuyos orígenes se remontan a la fundación de Estados Unidos como nación.

Así que habrá que estar atentos a los resultados de los swing states, pues estará en ellos el destino de los Estados Unidos en la próxima elección. Si Biden quiere recuperar la Casa Blanca para los demócratas, necesitará conservar el mismo número de estados que obtuvo Hillary Clinton y tratar de ganar en al menos tres de los estados en disputa antes mencionados. Veremos qué sucede el 6 de noviembre y si las encuestas logran predecir esta vez el resultado electoral.

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