Lo que inicialmente se consideró como una acción defensiva frente a las acciones imperiales europeas, reivindicando “América para los americanos” -Doctrina Monroe-, con el paso del tiempo, y con la fuerza creciente de Estados Unidos de América (EUA), se constituyó en política continental de control. El tiempo y la complejidad política se encargaron del tránsito en la narrativa De América para los americanos a América Latina como patio trasero.

A Mónica Portnoy

En 1904 (Mensaje a la Nación), T. Roosevelt, presidente de EUA, que destacaba en su empeño por controlar la actividad monopólica y subrayar el papel regulador del Estado, presentaba claroscuros en materia de política internacional: “Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de los Estados Unidos […] la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe (basada en la frase «América para los americanos») puede obligar a los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional”.

Más allá, como bien señala P. González Casanova (2006), sobre la dificultad de “entender que los conceptos son a la vez móviles y dialécticos. Y sin embargo lo son. Los conceptos varían a lo largo del tiempo. Es más, los conceptos se definen entre diálogos y debates. Sacar los conceptos de su historia dialogal pasada y actual, sacarlos del debate que sobrevive o del debate que nace es como quitarle el aire al pájaro o el agua al pez”. La construcción de una narrativa dominante, con legitimidad para actuar aun “en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional”, está presente en el diseño de la política internacional estadounidense. Es decir, citando a J. Biden, "Y que Dios defienda nuestra libertad”. Esta expresión es el correlato sintético del Destino manifiesto, de una nación iluminada para llevar a cabo la tarea histórica encomendada.

Un poco antes del posicionamiento de Roosevelt, en 1901, se aprueba por el senado estadounidense la Enmienda Platt, en la que taxativamente se señala que Cuba (La Habana) acepta el derecho de intervención de EUA en aras de “preservar la independencia cubana”, así como apuntalar a un gobierno que respete “la vida, la propiedad y las libertades individuales”. Leamos desde la historia larga el caso Guantánamo, prisión militar estadounidense en Cuba. Imaginemos a una nación que se ve obligada, aun en “contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional”. En la otra acera se encuentra una nación independiente obligada, a punta de pistola y amenazas (cumplidas, el bloqueo es parte del repertorio), a sufrir la injusticia y la impotencia de usar su territorio, en “contra de sus deseos”, en los hechos, por una policía internacional. Recordemos asimismo el reclamo (y el derecho) del poeta N. Guillén, de “hablar con el administrador no en inglés, no en señor, sino decirle compañero, como se dice en español”. En la letra chica de la historia dialogal está grabada la impronta de la subordinación, de la aplicación sin miramientos de América para los americanos. Actualicemos el dogma: "Y que Dios defienda nuestra libertad”.

En el fondo está presente el argumento colonial perenne de la lucha de la civilización contra la barbarie. Traigamos a esta discusión a A. Cueva (1983): “Desde la perspectiva ideológica del colonizador todo pueblo colonizado carece de historia; por definición no la posee, ya que tal categoría es un atributo de la ‘civilización’ y no de la ‘barbarie’. Los procesos de emancipación son interpretados a su turno como un triunfo de ésta sobre aquélla: derrotados los partidarios de la ‘civilización’, las antiguas colonias no hacen más que recobrar el estado ‘natural’ que les es propio”. Si dotamos de historicidad y dialéctica al concepto colonizar, se trata de una acción que se reedita sistemáticamente.

Pero regresemos a Biden y recordemos su imploración de que “Dios defienda nuestra libertad”. No alejemos esto de lo que señala González Casanova de que un tercio de la población norteamericana adulta afirma haber establecido contacto directo con Dios, haber hablado con él (“según encuestas que levantó Gallup en 1995”), cifra similar a la que plantea N. Chomsky (2022) de que un tercio de la población estadounidense aprobaría el uso de armas nucleares en contra de Rusia. ¿A quién le habla Biden cuando alude a “que Dios defienda nuestra libertad”?

A nombre de Dios se solicita al Congreso la aprobación de 33 mil millones de dólares adicionales en apoyo a Ucracia, adicionales, lo que significa que ya han girado millones de dólares a Ucrania (también a nombre de Dios), bajo el razonamiento de que las guerras cuestan, y mucho. El propósito, se argumenta, es frenar las atrocidades (rusas), y sin rubor se señala: “No estamos atacando a Rusia sino defendiendo a Ucrania”.

Doctrina Monroe, Destino Manifiesto, Enmienda Platt, un encadenamiento consistente, que le da sentido de propósito a la acción política imperial cotidiana de EUA. Por ello la objeción estadounidense de que participe la representación política de Cuba, Nicaragua y Venezuela en la Cumbre de las Américas, por el poder histórico del alguacil internacional, cobijado porque “Dios defienda nuestra libertad”. Es su historia. Ya antes V. Fox –de la generación de gringos nacidos en México, recordando a C. Monsiváis-, hizo el ridículo frente a F. Castro, del “comes y te vas”, para que no se atragantara G. Bush hijo con la presencia del Comandante.

La posición del gobierno mexicano actual, de abrir las ventanas para la configuración de una Cumbre de las Américas para los americanos –tomando distancia del Destino Manifiesto y de la Doctrina Monroe-, inaugura una relectura histórica necesaria. De nuevo recordemos a González Casanova en su argumento de que “los fundamentalismos son y serán los peores enemigos de la comunicación entre civilizaciones y culturas, entre especialistas y no especialistas”. En contraparte, Debbie Mucarsel-Powell, asesora especial para la Cumbre de las Américas 2022, señaló enfáticamente que “no habrá lugar en la mesa” para los líderes “que violan los Derechos Humanos”. No hubo cambios de color en su piel cuando hablaba. Recordemos la metáfora del alacrán y la rana: “No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme”.

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