A Diego, y volver a los 27

Concluíamos en la anterior colaboración que el peligro de la Inteligencia Artificial (IA) no es la gobernabilidad de los robots, sino la robotización de la sociedad. En esa ruta traza su elaboración J. Varsavsky (Ni tecnófobos ni tecnófilos. El malentendido apocalíptico con ChatGPT, Página 12, 21/07/2023) Con el argumento de la necesaria secularización de la IA, se apunta como tarea urgente el develar críticamente que “La fábrica de sueños de Hollywood instaló que las máquinas se nos rebelarán como los robots de Terminator. En Blade Runner -inspirada en la novela ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’ -los replicantes robot esclavos tienen un deseo muy humano: la libertad. Por eso se rebelan contra su creador”. Respondamos algo más, a la pregunta formulada como título de la novela, con la respuesta que se adivina, retomando las palabras de W. Whitman: “la menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas”, a la par de los límites de las máquinas en la distinción entre un guiño y un parpadeo.

Frente a estas pesadillas de Hollywood, apunta Varsavsky un principio de realidad constatable: “Más terrenal sería temer la destrucción de trabajo y el extractivismo digital, a combatir con regulación”. No es una idea de futuro, sino una acción del presente. El gremio de los periodistas está en la mira. Google anunció, si no es que ya está en esa tarea, el uso de la IA para artículos periodísticos (La Jornada, 21/07/2023). Se argumenta desde la corporación que es una herramienta para apoyar el trabajo periodístico (en titulares, estilos, es decir, tocando la materia de trabajo directamente), aunque se matiza que al ser una actividad esencial, los periodistas son irremplazables. El gremio de los traductores ha vivido también los embates de las nuevas tecnologías.

Ahora toca el turno a los actores y guionistas. Ubiquémonos en California, en Hollywood. En esa plaza, una más, se encara la ofensiva de las megacorporaciones –de esos expertos en fomentar los atracones de series (Chul-Han, dixit)-, empeñadas en la destrucción y robo de materia de trabajo, apuntalando el extractivismo digital. La respuesta sindical apunta, con la huelga, la necesaria regulación.

¿Qué buscan las corporaciones?: , con el objeto de crear "dobles digitales", lo que amortiguaría sustancialmente los costos. Esta desvalorización del trabajo de la gente del cine (actores, guionistas, dobles) tiene como objeto engrosar los bolsillos de los dueños de las corporaciones, de los CEOs de éstas y reducir el poder de los asociados. Los actores enganchan su movimiento de huelga al de los guionistas, que pararon en mayo. La exigencia de marcos regulatorios (los actores no están en contra de las tecnologías, en el cine es parte inherente de la actividad), pero sí están en contra de su descalificación-desvalorización. No sobra recordar a A. Gramsci, al señalar que “el sindicato es la única forma que la mercancía trabajo asume y puede asumir en el régimen capitalista, cuando se organiza para dominar el mercado” (Gramsci, 1977). Los actores, más poderosos en la pantalla que en la vida real, saben que para encarar a los gigantes que tienen enfrente deben recorrer el camino de la organización: “La función esencial de los sindicatos…ha sido la de organizar el poder fragmentado de los trabajadores individuales” (Sikula y Mckenna, 1989).

Fran Drescher, secretaria general de Screen Actors Guild-American Federation of Television and Radio Artists (SAG-AFTRA), ha señalado enfáticamente la negativa a aceptar marcos desregulatorios de la actividad cinematográfica, de radio y televisión, puesto que si los doblan (en los dos sentidos, como extracción digital y como acción de doblegar), se avizora un futuro de ocasos de estrellas por el peso de la IA. Como un gesto de solidaridad, los actores principales de la cinta "Oppenheimer" (C. Nolan), entre ellos Matt Damon, abandonaron la premiere en solidaridad con sus colegas actores.

Los trabajadores sindicalizados tienen enfrente, como de película, nada más y nada menos que a Warner Bros. Pictures, Grupo cinematográfico de Sony Pictures, Walt Disney Studios, Universal Pictures, 20th Century Fox, Paramount Pictures, Estudios Metro-Goldwyn-Mayer, DreamWorks. Organizaciones muy poderosas, los “buenos muchachos” de la cinematografía. Todos hemos visto alguna película de estas compañías. Y no está mal. El problema es el abuso de las tecnologías y la avaricia. ¿O cómo se puede calificar el posicionamiento de Bob Iger, CEO de Disney, que al año se lleva alrededor de 25 millones de dólares, señalando que las demandas de intérpretes y guionistas eran “no realistas”?

Ya el cine ha vivido grandes cambios. Traigamos a la memoria el sentido de Cinema Paradiso (G. Tornatore, 1988) –pasa el tiempo y me sigue estremeciendo recordar escenas imborrables, su música- y de Splendor (E. Scola, 1989), como cómplices de historias comunes: su decantación fina de amor al cine y, por otro, el tránsito cultural de una forma de acercarse al cine, que ya no volverá –tecnologías incluidas-. Ahora, en el desplazamiento implacable, donde antes había cines inmensos ahora hay estacionamientos, supermercados, locales abandonados. Como indicaba hace años Rosas Mantecón (1995), no es que no se vean películas, lo que ha disminuido es la práctica social de ir al cine. La pandemia apretó las tuercas del sedentarismo, acompañado de las plataformas. En las actuales condiciones históricas no podría escribirse un texto como el creado por Parménides García (El rey criollo, 1970): “[…] empezaron a arrancar los asientos de las butacas y a aventarlos, todo mundo corriendo como loco por todas partes, como si se estuviera incendiando el cine. La función se interrumpió y encendieron las luces. Y siguió el desmadre hasta que llegaron los granaderos y nos sacaron a todos del cine”.

Fran Drescher y mucha gente más (miles) que aman y viven del cine, interrumpieron la función, dijeron basta, encendieron las luces, y están exigiendo simplemente respeto a su actividad laboral; no al vaciamiento de su materia de trabajo.

Profesor de la UAM

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