El 11 de junio, tibio aún, un conjunto de académicxs (1539) y de Firmas de la sociedad civil (121), que se agrupan en “Académicxs con Palestina contra el genocidio”, en cita con el Embajador José Octavio Tripp Villanueva de la Secretaría de Relaciones Exteriores (Director General para África, Asia Central y Medio Oriente), entregó una carta dirigida al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y a la secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena Ibarra.

En el documento, recuperando parcialmente las ideas principales, se señala expresamente que el gobierno mexicano “Se pronuncie públicamente reconociendo que la violencia ejercida contra el pueblo palestino no comenzó el 7 de octubre de 2023 sino hace 76 años con la nakba (la expulsión masiva y catastrófica de miles de palestinos de sus territorios) y particularmente con la ocupación de Cisjordania en 1967. Que dicho pronunciamiento denuncie y condene las acciones de Israel nombrándolas y considerándolas como GENOCIDIO […] Exigimos que se den por concluidas todo tipo de relaciones, especialmente los acuerdos económicos, militares y académicos con Israel […] inadmisible la relación que mantiene el Estado Mexicano en materia de seguridad y apoyo militar con Israel […] El Estado mexicano ha reconocido a Palestina como Estado. Exigimos que haga explícito ante la comunidad internacional, ante el pueblo de México y especialmente ante el hermano pueblo palestino.

Cada uno de estos planteos se argumentan rigurosamente. Si se revisa la historia larga, no solamente la de la coyuntura actual marcada a hierro y fuego por el gobierno de Israel, se aprecia con claridad meridiana lo apuntado por Philippe Lazzarini (destacado en el pronunciamiento citado), Comisionado General de la Agencia de Naciones Unidas para Refugiados de Palestina, como “Guerra contra los niños”.

Thomas Gould, parlamentario irlandés, hablando (casi con lágrimas) alude al “los quemaron vivos” (28/05/2024): por un lado, los gritos de dolor de mujeres, niños, hombres, del otro, el gobierno de Israel sin límites -un pueblo que ha sufrido y que desde hace tiempo combate su propia memoria de éxodo y dolor-, y una gran parte del mundo al margen. Ubiquemos en ese crimen a “Un niño sin odio. Y el gobierno israelí dijo que es un error”. Por eso Gould enfáticamente señalaba: “Yo espero que Benjamín Netanyahu se queme en el infierno”.

Estas acciones miserables, para nada daños colaterales, son el producto de una concepción, señalada por Gould claramente: para Netanyahu -y sus asociados sionistas-, “los palestinos no son seres humanos”. En otros momentos se habla de “animales humanos” (mirada dominante, visible y que llena de plomo a la población palestina, sin importar edades, sin importar nada de lo humano), lo que en su inmoralidad les proporciona, para su alivio, un calce de legitimidad: “En dónde está el alma del pueblo israelí que permite que su gobierno le haga esto a los niños” (T. Gould).

Acerquemos a Rodolfo Walsh (La revolución palestina, 1974 - ), para que nos ayude a entender esto: “’¿Palestinos? No sé lo que es eso’, declaró en una oportunidad la ex primer ministro de Israel, Golda Meir” […] Se conoce la eficacia ilusoria del argumento, utilizado en Argelia, Vietnam, colonias portuguesas, para negar la existencia de sus movimientos de liberación. “Muyaidín? Connait pas. Libération Front? Never heard of it. FRELIMO? Nao conhece”.

El enemigo no existe y todo está en orden. Cada una de estas negativas ha hecho correr un río de sangre pero no ha detenido la historia”.

Más aún: “Todavía en 1917 David Ben Gurion afirmó que ‘en un sentido histórico y moral’ Palestina era un país sin habitantes. Ben Gurion no ignoraba que el 90 % de los habitantes eran árabes: decía simplemente que no existían como seres históricos o morales. Por la misma época, según relata Fanon, los profesores franceses de la Universidad de Argel enseñaban seriamente que los argelinos eran más parecidos a los monos que a los hombres”.

Recién (11/06/2024, LaPolíticaOnline) en Argentina, el presidente Javier Milei dejó plantados a 19 embajadores de países árabes-islámicos y a la propia canciller Diana Mondino, lo que produjo que la Secretaría General de la Liga Árabe señalara que "ha seguido con gran consternación y sorpresa la negativa de última hora del Presidente argentino Javier Milei a asistir a una reunión a la que tenía previsto asistir con el Consejo de Embajadores de los grupos árabe e islámico con el pretexto de la presencia del Encargado de Negocios de la Embajada de Palestina en la audiencia", es decir, la saga recorrida de desconocimiento.

Desconocimiento, aniquilación y despojo, encadenamiento que en este nuestro presente continúa.

De nuevo acudamos a Walsh (ojo, asesinado y desaparecido en 1977 por la Junta Cívico Militar argentina), para documentar: “Volvamos a Deir Yassin, otra aldea árabe hoy enterrada bajo Kfar Shaul, un suburbio de Jerusalén. 9 de abril de 1948. Fuerzas de la Haganah y del Irgun atacan la aldea, matan a 254 habitantes, descuartizan los cadáveres y los tiran a un pozo. Escuchemos el testimonio del coronel Meir Bail del ejército israelí, que tardó 24 años en hablar:

Los soldados peinaron las casas, tirando explosivos en su interior y usando todas las armas que tenían. Disparaban indiscriminadamente sobre todo lo que había adentro, incluso mujeres y niños. Sus oficiales no movieron un dedo para impedir las atrocidades que se estaban cometiendo. Junto con otros residentes de Jerusalén, imploré que se ordenara a los soldados detener el fuego.

Fue inútil. 25 hombres fueron subidos a un camión, paseados por Jerusalén en desfile de la victoria, llevados a una cantera y fusilados a sangre fría.

Retrocedemos al 30 de enero de 1948. La aldea se llamaba Sheikh. El método fue el mismo. Los muertos, 60”.

El siglo XX es testigo del despojo (un país “salomónicamente” dividido, pero las mejores tierras, y la mayoría de éstas, para los “humanos”), pero rebasa el almanaque y nos sitúa en el siglo XXI, más allá de 1948 hasta 2024. Decía el diputado irlandés Gould: “Yo espero que Benjamín Netanyahu se queme en el infierno”. Yo agrego: ojalá exista Dios.

(Profesor UAM)

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