Gabriel Boric se convirtió el domingo en el presidente electo de Chile. Por debajo, con un poco más de diez puntos de diferencia, se ubicó el candidato pinochetista José Antonio Kast. Más allá del reconocimiento formal del todavía presidente chileno Piñera, y el reconocimiento de Kast al triunfo de Boric, los desafíos de gobernar un país con una presencia consistente de la derecha, no son menores. Un indicador inicial es que un día después, las acciones locales de la bolsa perdieron 7,69 por ciento. Otro, claramente apuntado por M. Roitman, alude al peso de la derecha en el poder legislativo, en ambas cámaras.

Pero ganó Boric, a pesar del nado sincronizado del conservadurismo latinoamericano. Recordemos las palabras del expresidente argentino Mauricio Macri, al que en su país se le conoce con el mote de Malasuerte. Señalaba en su apuesta por Kast: “Hoy Chile, para mí, es tal vez la única sociedad, el único país de primer mundo que tenemos en Latinoamérica, y han sido muy exitosos en construir, en desarrollarse, en fortalecer sus instituciones”.

Como plantea Atilio Borón, el hechicero de la tribu no se quedó atrás: Mario Vargas Llosa, en un tono similar, planteaba: “Creo que el caso de Chile es muy importante porque Chile era un país que estaba dejando atrás el subdesarrollo, era un país que parecía más cerca de Europa que del mundo subdesarrollado y, sin embargo, fue una gran sorpresa lo ocurrido con la violencia, con las quemas de estaciones y las quemas de edificios […] sería una tragedia para América Latina que la izquierda siga ganando las elecciones”. Ambos, proclives a la monarquía y a los títulos nobiliarios, erraron en sus pronósticos; por fortuna, para la América Latina más popular y nacional.

Pero ahora vienen los desafíos, pues la derecha continental replica sistemáticamente el dicho mexicano, que lo ajustamos para la ocasión: La derecha “nunca pierde, y cuando pierde arrebata” (en la versión original se trata de Jalisco, y alude a la película “Jalisco nunca pierde”, de Santiago Eduardo Urueta, 1937). Miremos la historia reciente. En Honduras, 2009, el 28 de junio se decide la destitución del presidente Manuel Zelaya. Lo originalmente decidido por el voto ciudadano, es echado atrás por la articulación de fuerzas en el Congreso Nacional, el Tribunal Supremo Electoral de Honduras y la Corte Suprema de Justicia. En el presente, en Honduras se vive el ajuste de cuentas histórico. En Brasil se vivió una historia similar, ahora en otro calendario: el 2 de diciembre de 2015 inicia el proceso de destitución de la en ese momento presidenta Dilma Rousseff, impulsado por el presidente de la Cámara de los Diputados, Eduardo Cunha, que desembocaría en la destitución de la dirigente del PT, en cuyo remplazo jugó un papel clave el vicepresidente Michel Temer. Por sus desatinos, ambos personajes viviendo en carne propia la condena de la justicia brasileña. Con el ascenso en lo político-electoral de Lula da Silva, se presenta un repunte de los gobiernos progresistas en la región.

La ofensiva feroz contra Pedro Castillo en Perú, desde antes de que ganara la presidencia, acoso que tiene al gobierno en vilo (por cierto, también se expresó en contra de Castillo el inefable Vargas Llosa). En Bolivia, después de la acción golpista –que contó con la colaboración política y en armamento del gobierno argentino, estando en la presidencia M. Macri-, con un perfil más bajo por la gravitación política de la derecha, pero el acoso persiste.

En Argentina ganó la fórmula de Los Fernández, Alberto y Cristina, del Frente de Todos, en 2019. Pero en la elección de medio tiempo, la oposición logró posicionarse en el Congreso, lo que recientemente se tradujo en la acción de evitar la aprobación del presupuesto presentado por el gobierno. Frente a esto, el importante diario Clarín –órgano de la derecha-, planteaba que se daban las condiciones para que el gobierno adelantará el cambio de gobierno, alentado por el expresidente delirante E. Duhalde.

En fin, vienen tiempos complicados para el futuro gobierno chileno. En su crítica al progresismo, Marcos Roitman (Gabriel Boric y José A. Kast: una misma ecuación, La Jornada, 18/12/2021), alude a las definiciones políticas por las que se inclinaban los competidores. “Ese es el verdadero drama, de ahí el empate técnico. Se gobierna para minorías sociales, para los sectores medios. Las clases populares son meros receptáculos de las políticas pensadas para la clase media, acrecentar su poder adquisitivo y sus opciones de consumo. ¿Qué otra cosa es el progresismo? Más de 50 por ciento de la población se abstiene y para ella no ha existido un discurso, una mera alusión al cambio real a la esperanza, a recobrar la fe en la acción política”.

El pensamiento conservador no está emparentado con la democracia, eso está claro. Empero, frente a la conflictividad que se vive en Chile, y que para nada está resuelta, lo planteado de manera lapidaria por Roitman de que “en estas elecciones no se juega el futuro democrático de Chile, más bien, se antoja una disputa por forjar una nueva versión del pacto que terminó por sepultarla”, concluyendo la idea con el argumento de que “Ambos son parte de una misma ecuación. Luego vendrán los mea culpa. Si no, tiempo al tiempo”, plantea un determinismo que solamente con el tiempo y la acción colectiva podrá clarificarse. Esta visión de la ecuación compartida –el progresismo simplificado-, está presente en el discurso de parte de la izquierda argentina. Quizá por eso, en lo que hace a la votación para aprobar el presupuesto presentado por el gobierno para 2022, los diputados del Frente de Izquierda, Myriam Bregman, Nicolás Del Caño, Romina del Plá y Alejandro Vilca votaron en contra, lo mismo modo que los diputados conservadores de Alianza Libertad, José Luis Espert y Carolina Píparo; y de la libertad avanza, el ultraliberal Javier Milei. Un punto de encuentro paradójico, más allá de las razones. Pero con esta decisión, al menos la izquierda contribuye en el retraso de un poco de alivio no sólo para las clases medias, para las pymes, para los trabajadores en mejor condición económica, también para las clases populares. Ahora sí que una tarea digna para el Quijote, la de “deshacer entuertos y castigar agravios”, entre otros lo referente al “progresismo”.

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