Alejandro Espinosa Yáñez

Sobre los porvenires del trabajo y la tecnología. ¿Sólo asunto de especialistas?

Alejandro Espinosa Yáñez. Foto: EL UNIVERSAL
12/08/2023 |02:43
Alejandro Espinosa Yáñez
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En la colaboración anterior retomamos la pregunta formulada por Marcia Campillo y Enrique de la Garza, ¿Hacia dónde va el trabajo humano? (1998), acercándonos sucintamente a la visión optimista. Ahora nos aproximamos a lo que plantea Susana Finquelievich, en una batería de preguntas emparentadas: “¿Cuál será el porvenir del trabajo? ¿Los avances veloces de las tecnologías, resultarán en la emergencia de grupos sociales ‘superfluos’ para la sociedad? ¿Qué políticas pueden generar los gobiernos y los sectores económicos, los mismos ciudadanos, para suavizar estos impactos?”.

Más allá de que no hay dudas de que hay y habrá impactos (que hemos intentado documentar), hay varias pistas en lo planteado por Finquelievich: 1) las exigencias en generar empleos en los que las cualidades humanas no puedan ser copiadas por la tecnología, poniendo la mirada particular en la Inteligencia Artificial (IA). Remata en esto: “Por lo tanto, los empleos que requieran esas cualidades se mantendrán relativamente inmunes a la automatización”; 2) otra pista es que las máquinas aprendan de experiencias, las repliquen, compartiendo aprendizaje “con otros programas de IA y con robots. Estas habilidades conllevan nuevos debates sobre quién (o qué) es moral y éticamente responsable por las decisiones tomadas por las máquinas”; 3) en el horizonte no se aprecia una disminución tajante en la cantidad de empleos, empero la degradación en la calidad del trabajo es notable (lo que abre asimismo la ´puerta a mantener siempre una población sobrante, un ejército de reserva de las condiciones modernas; 4) “El reemplazo de humanos por IA y robots no necesita una guerra global entre cyborgs y sapiens sapiens. Es gradual: máquinas que se van infiltrando en nuestros cuerpos, que se fusionan con nosotros. Quien lo desee (y pueda pagarlo) podrá acceder a partes digitales incorporadas al cuerpo o incluso al cerebro”.

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Si esto es así, podríamos hablar de un paso más en el proceso de subsunción del trabajo al capital, en este caso, subsunción orgánica al capital en parte del conjunto social. Y como se prevén grandes beneficios en el campo médico, una asimetría en los accesos a la salud (los usos social/digitales del cuerpo, parafraseando a L. Boltansky): los grupos económicamente poderosos, reeditando la historia de más esperanza de vida y en mejores condiciones; en el otro extremo, la correspondencia en la degradación y el encarecimiento en los accesos a la salud. “Dado que no todos podrán pagar prótesis o complementos digitales: ¿la humanidad se fragmentará aún más, entre humanos modificados y portadores de deficiencias? ¿Los más ricos podrían prolongar indefinidamente su salud y juventud, y hasta su vida?”. Las estadísticas oficiales en salud apuntan en este sentido, no hay sorpresas.

Muy interesantes los planteos de Finquelievich, pero hay algo que me acosa y que creo que no es significativo para los cuadros académicos ligados a los estudios en tecnología: las dimensiones de la ética. Como plantea Ferrer (2023), “El destino de las tecnologías no se resuelve en su ‘buen uso’ o su ‘mal uso’ […] La matriz técnica es un régimen de poder en sí mismo y los usuarios de esta matriz no conciben otra posibilidad ni tampoco se fugan porque la máquina es un principio de orden” (Ferrer, 2023: 11). Esto lo plantea en las páginas iniciales de su trabajo, trazando líneas que invitan a la reflexión, como es la tajante afirmación de que “Cada tecnología arrastra, también, una larga historia de daños”, en donde, de nuevo trayendo al campo de preocupación señalado, la ética no es convidada.

Frente a la complejidad del mundo del trabajo en las condiciones presentes, queda anclada en una historia pasada lo señalado por Martínez García (2005), no obstante en los destiempos, articulada al presente: “El trabajo […] presenta nuevas formas que han impactado en la vida del hombre, como el teletrabajo, los contratos laborales cortos, el desempleo extendido a lo largo del tiempo, el cambio de trabajo a lo largo de la vida, las nuevas formas de contratación (por ejemplo, la tercerización), y han surgido nuevos conceptos como el de empleabilidad”.

Como irónicamente lo señala Ferrer, “Cuando las consecuencias de los desastres ecológicos se vuelven evidentes e ineludibles, a políticos y tecnócratas no se les ocurre otra solución que no sea, en sí misma, técnica […] Edificios para lo estético, acumuladores de calor, para atemperarlo se usa el aire acondicionado, con lo que se promueve ‘el calentamiento global del planeta, cuyo paliativo vienen a ser más aparatos de aire acondicionado’”.

En esta gran discusión no vale el dicho popular de “zapatero a tus zapatos”. Es un asunto que nos concierne a todos. Parafraseando a Piketty (2014), de que “el asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los economistas, los sociólogos, los historiadores y demás filósofos”, de la misma manera los desarrollos tecnológicos, sus aplicaciones, la construcción de cuadros, formados en mallas curriculares escindidas de lo social, soslayando o morigerando su correlato en todas las dimensiones de la vida social –al fin que todo problema tecnológico puede, dogmáticamente pensado, ser resuelto por la tecnología-, “es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los tecnólogos, de las minorías compactas hegemónicas en la academia, de los “think tanks”.

(Profesor UAM)

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