Esto de avanzar en la edad tiene sus privilegios y costos. Hace 32 años, en una reflexión conjunta con Mónica Portnoy, exponíamos algunas ideas sobre “las desventuras por no leer” (El Día, 07/08/92). Alertábamos, en esos días lejanos en nuestra cronología, sobre la caída radical en el hábito de la lectura, articulando el problema a la gravitación de los medios de comunicación de masas, la tecnología en su materialización de nuevos hábitos de juego y socialización en general y un sistema escolar con pocas herramientas para encarar estas nuevas condiciones tecnológicas, entre otras cosas. Comentábamos en ese momento que el ejercicio de leer no es un hecho que se reduzca a una nota aprobatoria. Leer es una forma de insertarse y participar en el mundo (a pesar de la soledad casi recurrente en su ejercicio), es un modo de interpretarlo. Incluso, valga como ejemplo, se ha convertido en un lugar común, cuando uno se refiere a un fenómeno, señalar: “mi lectura sobre esto”. Ahora, situado en el presente, releo la nota y me alarma su vigencia: ¡hay menos analfabetismo, sin duda, pero se lee menos! ¿Impresión a vuelo de pájaro?

Rehago la pregunta que internamente me estaba haciendo: ¿ha cambiado esta situación, se ha atemperado, estamos peor? Regresando a nuestro presente, en una colaboración pasada publicada en estas páginas, exponía, con base en información de INEGI del 2023, que el porcentaje de la población de 18 años y más, lectora de los materiales considerados por el Módulo sobre Lectura (MOLEC), fue de 68.5 %: 12.3 puntos porcentuales menos que en 2016, lo que implicaba una disminución en la lectura de libros, mientras que en las carreteras cibernéticas (páginas de Internet, foros y blogs) se alcanzaban números importantes, aproximadamente en 60%, en grupos de edad de 18 a 34 años.

Todavía es temprano para afirmarlo, pero en un futuro próximo quizá no será extraño que disminuya la capacidad creadora, el número de escritores importantes, porque a su vez, en una relación dialéctica, disminuya el número de lectores atentos, de esos que no necesitan cerrar los ojos para soñar, parafraseando a M. Foucault. La densidad cultural en la encrucijada. Quiero relacionar esto con la inteligente reflexión de Marcos Roitman (De Reagan a Trump: republicanos en la Casa Blanca, La Jornada, 27/11/2024), cuando afirma, alarmismos aparte: “sin caer en teorías de la conspiración, en Estados Unidos llevan décadas sometiendo a los ciudadanos a la guerra neocortical. Eliminar la capacidad de pensar hasta provocar la derrota del pensamiento. El objetivo, dirán sus mentores, consiste en ‘paralizar en el adversario el ciclo de observación, de la orientación, de la decisión y de la acción [...]; en suma, anular su capacidad de comprender”. En una mirada de historia larga, Roitman alude al meticuloso “ataque concéntrico al estado de bienestar, a las políticas sociales y los procesos de redistribución de la riqueza. El globalismo y la nueva derecha emergen en ese periodo y con mayor relevancia en EU”. Desde esta mirada, se agrega a lo enunciado la caída tendencial en la capacidad lectora, la disminución del pensamiento crítico, el triunfo del individualismo por sobre lo colectivo (léanse las metáforas de que valen más las vallas que los buenos vecinos, y que cada quien se salve como pueda).

Sumemos algo más: en el contexto de los años setenta, a la caída del Estado de Bienestar, hay que adicionar la crisis del taylorismo-fordismo, es decir, de formas de organización del trabajo en que predominaba la vigilancia externa y el control corporal (big brother), la diagramación del control de tiempos y movimientos, que en su tránsito, siguiendo el argumento de Roitman sobre el ataque concéntrico, aparte de dar cuenta de lo corporal se dirige ahora a la psique. Esto está documentado: los cambios en las formas de organización del trabajo aportan evidencia empírica que hace legible esta circunstancia.

Relacionemos la nota de Roitman con algo que se apuntaba en ese texto de hace más de 30 años: uno de los efectos más destacados que producen los medios de difusión colectiva es la disminución de la creatividad y la imaginación. Esta ha sido la experiencia de las sociedades contemporáneas. Tanto en los países desarrollados, como los que quisieran alcanzar ese estadio; pensemos en nuestro querido México, los padres se quejan -aunque muchas veces pareciera reciben comisión- del número de horas que pasan sus hijos frente al televisor (niñera electrónica). Los profesores de historia, quizá también por una preparación insuficiente en pedagogía y motivación infantil, se quejan de que los niños conocen más a los héroes de pantalla y papel (los inventados por los medios) que a los hombres y mujeres que lucharon por su país y por lograr que las cosas mejoraran en este planeta. La lista puede continua. Ya no son las horas infinitas frente a la tele, hay un cambio de pantalla. Los dedos hacen su tarea (ya no es la mano como trabajo de transformación, del homo faber): “En contraste con la intocable telepantalla del Big Brother, la pantalla táctil inteligente hace que todo esté disponible y sea consumible. De ese modo, se crea la ilusión de la ‘libertad de la yema de los dedos’. En el régimen de la información, ser libre no significa actuar, sino hacer clic, dar al like y postear. Así, apenas encuentra resistencia. No debe temer a ninguna revolución. Los dedos no son capaces de actuar en sentido enfático, como las manos. No son más que un órgano de elección consumista” (Chul-Han, Infocracia, 2022).

Regresemos a las desventuras y tres hipótesis a tensar: I) en el contexto de la crisis de los paradigmas (en todas sus dimensiones, con realce en lo cotidiano), una de sus repercusiones es el desencanto social. Al fracturarse los paradigmas, asideros de seguridades, se producen fenómenos de conducta social que expresan la renuncia a la capacidad proyectual, esto es, a pensar en el futuro. Prima el ahora, la mcdonalización de lo social. Reduciendo su significación, la conducta pragmática, y poco creativa encuentra en el momento actual un caldo de cultivo propicio a la aventura del aparato electrónico (lo que en él se mire, se transmita o escuche es lo hegemónico, además de algorítmicamente programado para diluir la diferencia -¿atentado contra la democracia?, sí-, excluida la participación, exacerbación en las redes), sin riesgos para la historia personal; II) los medios electrónicos son el pan cotidiano, en proceso de sofisticación permanente. El problema no es la presencia de los medios, afirmábamos, sino los contenidos que reproducen, es decir, las manos que controlan los procesos de selección, edición, contenidos y reproducción de estos […], sin ingenuidades, las “manos de empresarios del cibercapitalismo, las plataformas digitales y la inteligencia artificial cercanos a fundaciones como el

Instituto Estadunidense de la Empresa, Fundación para la defensa de las Democracias, Fundación Heritage o Proyecto para el Nuevo Siglo Estadunidense (Roitman), es decir, Bezos, Zuckermann, Musk y Gates, como el verbo encarnado del capital que penetró la gubernamentalidad; III) Adam Shaft, en ¿Qué futuro nos aguarda?, especulaba, como el subtítulo nos indica, en las consecuencias sociales de la segunda revolución industrial. Parece una historia viejita, aunque no lo es. La influencia de los medios ha generado uniformidades, en un mundo y sociedades realmente divido, más allá del impacto del control genético cada vez más avanzado. Una de las garantías para la estabilidad en el futuro es la robotización de los procesos de trabajo, que en su aplicación ha agudizado el problema del desempleo, pero no en términos cíclicos, sino como “desempleo estructural”. Extrapolando el sentido de la robotización de Shaft, este proceso se aprecia en la conformación de la sociabilidad dominante en nuestras sociedades (la de hace años, la del presente, la que nos aguarda). Francisco Piñon (2001), en un documento sobre Maquiavelo y Hobbes, anotaba que “La crítica de la Escuela de Frankfurt, especialmente la marcusiana, retorna esa idea de que uno mismo es el que se sujeta dentro de un sistema y dentro de una mentalidad, y ésta se convierte en una inmensa tela de araña”. Creo que asistimos a algo más peligroso e invasivo: “Hoy vivimos presos en una caverna digital, aunque creamos que estamos en libertad. Nos encontramos encadenados a la pantalla digital […] La caverna digital …nos mantiene atrapados en la información. La luz de la verdad se apaga por completo” (Chul-Han, 2022). Las desventuras por no leer, no criticar, no comprender, ser anulados, “sujetos dóciles” (dominados y expoliados, M. Foucault), ahora enmarcados en pantalla completa, enredados digitalmente, tiene sus consecuencias. Hay varias tareas. Una sencilla y difícil a la vez, en el ejercicio universitario: leer.

Profesor UAM

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