Seguimos parte de la discusión planteada en colaboración anterior. Tomamos para ello el ejemplo del periodista argentino Marcelo Longobardi, crítico sistemático del gobierno de Javier Milei, que fue suspendido en la relación laboral que mantenía con la estación Rivadavia. Operaba desde Miami, pero argumentaba que estaba aceptada esta situación en la relación contractual. Apunta, asimismo, que fue presionado (apretado) por la secretaria de la presidencia, Karina Milei (el Jefe), hermana del presidente J. Milei. En su defensa, alude a la avalancha de insultos sistemáticos del presidente y de sus aliados en las redes sociales. La empresa, por su parte, argumenta una baja en la capacidad de audiencia del periodista, aunque revisando datos sobre ello no es un argumento consistente. Las razones se encuentran en otra parte.

Señala Longobardi, ya en el contexto de su despido, que “Todo esto va más allá del tema de las formas, de si Milei es más o menos vulgar, más o menos maleducado; que por supuesto lo es y también se le festeja su vulgaridad. Esto va más allá. Creo que detrás de esa vulgaridad y de esas formas tan impropias de un presidente se esconde también un formato muy autocrático, muy despreciativo, muy contrario a cualquier idea adversa, distinta o inclusive matices a su muy formateado punto de vista. Incendiar la convivencia democrática dentro de un país en el altar del riesgo país, me parece peligroso”.

Revisando las redes, sobre todo de gente afín a Milei, los argumentos que resaltan es, por un lado, que se trata de un periodista ensobrado (el clásico chayote en México), que recibía recursos para inclinar la balanza en su quehacer periodístico; por otro lado, su falta de sensibilidad para reconocer que las formas de comunicación política han cambiado radicalmente no sólo en Argentina, en el mundo; un argumento más, es que no representaba ni atendía las opiniones mayoritarias, las que circulan en las redes sociales, lo que le daba un carácter de ignorancia y prepotencia a sus intervenciones -demeritando entonces las voces que se encuentran en la otra orilla-. No me interesa entrar en este campo de la discusión, para revisar el profesionalismo de Longobardi, aparte de que tomo distancia de considerar que el espacio de las redes es aséptico y neutral. Lo que me preocupa es el ensamble en la argumentación. Y, sobre todo, algo que destaca Longobardi y un conjunto de periodistas, no pocos, que viven en su cotidianidad con la diatriba de insultos del presidente y sus aliados cibernéticos: “Incendiar la convivencia democrática dentro de un país en el altar del riesgo país, me parece peligroso”.

Anotemos algunas ideas que circulan en la discusión política, en este caso bajo la premisa de que en las redes sociales domina la antidemocracia y la lógica del mercado. Una inicial, las evidencias de que en las redes sociales la difusión de noticias falsas y teorías conspirativas es lo ordinario, ¡vaya, no es accidental! Domina la desinformación, como un asunto intencionalmente diseñado desde las

fuerzas que controlan las redes. Y aquí ocupan un lugar central las plataformas de redes sociales en propiedad de pocas empresas multinacionales (E. Musk, es noticia fresca), lo que las convierte en actores poderosos con la capacidad de influir en las discusiones políticas. Veamos una secuencia de acciones de Musk: el escenario, de acuerdo a El País (20/12/2024): “¿Qué está pasando? El Partido Republicano y el Partido Demócrata habían alcanzado un gran acuerdo bilateral para dotar al Gobierno de un nuevo presupuesto que garantizara la financiación de la Administración (abarcaría el final de la era Biden y la llegada de Donald Trump) …Pero Musk manifestó su rechazo al pacto mediante la influente red social X (de su propiedad) …Esto hizo que Trump se uniera a su postura”. Ya entrados en gastos, recordemos a Yanis Varoufakis, ya citado en este espacio, de que “Las grandes tecnológicas están creando su propio dinero digital con el que atraernos aún más a su venenosa red de plataformas”.

Sumemos el peso específico de los algoritmos en las redes sociales, polarizando, radicalizando la discusión, impidiendo la construcción de consensos sociales, del entendimiento. No hay plaza pública, el ágora es una palabra esdrújula, para grandes segmentos poblacionales, repensando a M. Benedetti. Mercado de ideas en disputa, sin ningún margen de regulación. El ejemplo de Longobardi es elocuente: sus críticos lo tratan de estúpido, ensobrado, incapaz de hacer una lectura de la reconfiguración ciudadana, de las nuevas formas de hacer política –“es mi decisión pensar así”, no tengo porque someterla a la discusión-, es decir, una ciudadanía mutilada, autoritaria, monológica y violenta. El caso del asalto al Capitolio puso sobre la escena estos ingredientes, esto hace pocos años. Las ideologías y acciones extremas desembocan en el aplauso como contagio, no acción reflexiva. Y la joya de Musk es la cereza del pastel, si es que había dudas.

Algo más a agregar: la manipulación de elecciones. Musk lo señaló, y su influencia está allí, como hecho social. La dominación, como capacidad de generar obediencia, siguiendo a Max Weber, levanta la mano, y se expresó en la avalancha de votos a favor de Trump, por supuesto articulando la fragilidad de la respuesta del Partido Demócrata y el abandono de sus membresías durante mucho tiempo fieles (la clase obrera, la población latina, los afroamericanos). Las redes sociales, el poder digital, han hecho la tarea en encauzar el voto, con propaganda dirigida para el público en general y al mismo tiempo, con el denominado microtargeting, es decir, mensajes específicos, trajes a la medida, para sacudir e inclinar el voto. El correlato en la afectación democrática es palpable, más allá de que puedan ganarse procesos electorales democráticamente (con el voto), como fue el caso de Trump y Milei, ese es otro nivel de discusión.

El control corporativo ha dañado el sistema de relaciones industriales, laborales en general. Ahora hace su tarea a la luz del día, difícil de discernir, por la ilegibilidad de los algoritmos. El resultado apunta a sesgos y (auto) censura, en el caso argentino de periodistas que temen ser violentados en los espacios públicos (fue el caso de la periodista de tendencia peronista Cynthia García, agredida por una pareja en un

bar en la ciudad de Buenos Aires, calificándola de "Cucaracha ensobrada" -Página 12, 18/12/2024). La violencia de las redes a las calles atraviesa la realidad política, con sus riesgos, porque a los ejemplos enunciados se suman muchos otros.

Escucho en youtube a algunos influencers, que reclaman que no son escuchados, pero por sus abordajes dejan ver su capacidad para controlar las redes, se mueven profesionalmente en ellas, con cargas diagramadas desde el gobierno nacional. Por ejemplo, excluyen en su narrativa a las minorías (habría que preguntarse si son realmente minoritarias, por ejemplo, las posiciones de la lucha de las mujeres en el contexto actual argentino). Así, la paradoja se presenta: alcance masivo, por un lado, exhortos a la marginación de grupos y comunidades que se apartan de la normalidad autoritaria, por otro, fuera del mainstream político o social donde domina el silencio y la exclusión.

Veamos ahora el otro lado de la luna, brevemente: acceso a la información en tiempo real (que ha contribuido en acciones de denuncia muy importantes), de una deliberación que puede tornarse hacia lo público, abriendo espacio de participación no desdeñables. La Primavera Árabe o los Chalecos Amarillos en Francia, como ejemplo parcial de las redes (parte de la lucha del Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha utilizado estos canales). La participación inclusiva está presente, confrontando la cerrazón de los canales tradicionales de difusión, abriendo nichos a la participación activa en la política. Pero la balanza, en el contexto actual, se inclina hacia un lado en el que predomina la censura, la construcción de silencios y el autoritarismo.

Quizá hay que fundamentar con más rigurosidad el argumento, pero el planteo de Franz Hinkelammert de que “Lo que hoy nos amenaza es un nuevo totalitarismo, que está formándose, y en gran parte se ha formado, como totalitarismo de mercado […] Las fuerzas que constituyen este totalitarismo no emanan del Estado, sino de los poderes anónimos del mercado. Ahora son esos los que someten cada vez los poderes políticos a su lógica totalitaria”. Y aquí, no como compartimento estanco sino parte de la historia del control, se encuentran las redes. Sigamos con Hinkelammert, en su saga de que se “plantea entonces un conflicto entre el poder del mercado cuyo totalitarismo aún no se ha consumado y la democracia, que no responde ya al pueblo sino al mercado”. Los casos argentino y estadounidense fueron un pretexto para ilustrar algo que está presente en nuestro planeta.

(Profesor UAM)

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