Sin anestesia, atendamos la provocación de J-F Chanlat, al afirmar que “la gran mayoría de los interrogantes de las ciencias humanas aplicadas a la administración fueron contaminados por las exigencias de productividad, rentabilidad, optimización y control, es decir, por el problema de la eficacia”. Del otro lado, las reflexiones sobre el ser humano ocupan un menor espacio, a pesar de que en el último tiempo, necesario reconocerlo, ha ocupado un lugar de mayor relieve, mas no suficiente. ¿Cómo se encara esto, dónde nos situamos, en las distintas disciplinas de las ciencias sociales?

En el caso específico de la enseñanza de la economía convencional, Tijerina (2008) retomaba a Hausman y McPherson: “A mayor abundamiento, en estudios experimentales sobre la cooperación humana, los estudiantes de economía y de administración de negocios son notoriamente no cooperativos. ‘Aprender economía, así parece, puede hacer a la gente más egoísta’”. Frente a esta evidencia empírica, la que exige una nueva revisión, y con la claridad de que la solución no es suspender la enseñanza de economía –incluyendo las reflexiones rusas-, a la par de que la cooperación es un asunto central para el propio capital, ¿cuál es la posición de nosotros como profesores/profesoras? En las experiencias de docentes en economía, ¿esto sigue presente?

González Ibarra anotaba en un documento signado en 1998, que las rendijas analíticas de la ciencia moderna se encuentran amarradas por las “ansias de poder y control de la naturaleza y sobre la sociedad”, en que “el espíritu de erudición no es exactamente -ni en modo alguno- el espíritu de la ciencia”. Sin embargo se usa con estos fines, a lo que le corresponde la reducción de la naturaleza a objeto, para encarar necesidades y utilidades, ¡aun cuando el hombre es parte de la naturaleza! Así, como homo sapiens, autocalificado el hombre como juez y parte, continúa González Ibarra, “lo que está en disputa con las modernas corrientes ecologistas que nos dicen que primero muere el árbol y después irremediablemente el hombre”. Frente a la muerte del árbol y del hombre –historia que está enlazada-, destaca un mayor interés en los economistas en el medio ambiente, en los efectos de la acción humana en la naturaleza, lo que incluye definitivamente al ser humano. Empero, a la luz de lo que estamos viviendo, ¿es suficiente lo que estamos haciendo, desde la Universidad y la sociedad organizada?, sobre todo si se reconoce que “históricamente esto no siempre ha sido así, pues la relación entre Economía y Naturaleza ha sido cambiante”. Esta reflexión exige que inquiramos, ¿cómo se encara esto desde lo cotidiano en el ejercicio docente, aceptando que hay una transversalidad prescrita, con dificultades en su aplicación, en general, del problema ambiental en los planes y programas de trabajo universitarios?

Es claro que la economía no es una ciencia oculta, al igual que el conjunto de las ciencias sociales, por ello vale repensar a Ackoff y Sasieni (1965): “No existen problemas tales como problemas físicos, problemas biológicos, problemas psicológicos, problemas económicos, etc. Solamente hay problemas y las disciplinas científicas representan diferentes maneras de observarlos. Cualquier problema puede verse desde el punto de vista de cualquier disciplina. Pero, por supuesto, no siempre resulta fructífero hacerlo así”. Tarea ineludible la de secularizar la discusión, inicialmente, y con énfasis en la revalorización del discurso científico, el cual también debe trabajar en la tarea de despojarse de la escisión disciplinaria y, no menor, de la subordinación al capital.

Partiendo del supuesto del peso de la productividad y la optimización sobre las ciencias humanas, en concreto sobre la Administración, “las amenazas sobre el medio ambiente se hacen realidad y los hombres y las cosas son víctimas de un mercantilismo generalizado”, de nuevo retomando a Chanlat (2020), por lo que otra tarea que consideramos fundamental, en aras de pensar en una inserción social de la academia no subordinada a la productividad, sí con un sentido taxativamente social, es la crítica a la sobrespecialización disciplinaria, la que impide la construcción de puentes dialógicos y escinde como producto del análisis, la realidad amplia y compleja.

En esta complejidad, como punto de encuentro, parafraseando a L. Montaño, tenemos que reencontrarnos los administradores y los economistas con los biólogos y los filósofos, como en el caso de la Bioeconomía y la Bioética. Pedro Solís (1999) lo planteaba como un reto, vigente en el ahora: “en el ámbito de las ciencias, se plantea la tensión entre las ciencias duras y las ciencias blandas con respecto a la manera que influyen en la percepción de los retos del siglo XXI”, lo que ya había sido esbozado por Naville en el lejano 1965: “La ecología desempeña un papel esencial en el estudio de los equilibrios biológicos fuera de los cuales el desarrollo técnico perdería todo su sentido”.

En una preocupación compartida, “el nuevo siglo nos plantea interesantes retos en el ámbito administrativo y organizacional: revisar el paradigma mecanicista imperante; redimensionar la importancia de la cientificidad, de la racionalidad y de la productividad; replantear la defensa y el reconocimiento del ser humano no solo como un ser individual, sino como un ser colectivo que determina la existencia de la organización y, finalmente, plantear teorías, modelos, métodos y herramientas, que respondan a condiciones específicas espacio temporales”, argumentaba Martínez Crespo, en un documento publicado en 2005.

Para concluir, hace poco más de 50 años el filósofo Adolfo Sánchez Vázquez planteaba que “el hombre debe trabajar para ser verdaderamente hombre. El que no trabaja y vive, en cambio, a expensas del trabajo de los demás, tiene una humanidad que no le pertenece, es decir, que él mismo no ha contribuido a conquistar y enriquecer. Una sociedad vale moralmente lo que vale en ella el trabajo como actividad propiamente humana” (Sánchez, 1969: 206). ¿Cómo entra esta reflexión frente a las corrientes científicas, los think tanks y grupos específicos con sus redes, que asumen y legitiman el perfil de ciencias del enriquecimiento?

Frente a una parcela del campo científico domesticada y subordinada a la lógica del capital y del poder, vale recordar a O. Paz en algo irrefutable, cuando sostenía que el intelectual ha de ser un escritor independiente, alejado del espíritu cortesano, “desplazado del poder..., [que debe ejercer] su influencia... fuera del ámbito del Estado”…y vale agregar, por nosotros, del capital.

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