A vuelo de pájaro, el virus de la pandemia que nos asola no se ve. Se manifiesta, sí, en el confinamiento, nuestros miedos, hospitales saturados y ganancias inimaginables para los carpinteros y las funerarias (viene a la memoria la imagen, volteándola, de José Saramago, en su novela Las intermitencias de la muerte, donde de repente la muerte deja de hacer su tarea, con carpinteros, enterradores y funerarias devastadas, y geriátricos desbordados por la demanda, otra historia sintetizada en prohibido morir). A vuelo de pájaro, el cierre de múltiples unidades económicas, el desempleo y la expansión de la informalidad es una realidad que recorre el mundo, que basta abrir la ventana para apreciarla. En el Covid-19 y la tierra arrasada en lo económico, la muerte no pide permiso.
Si como apuntaba E. de la Garza hace algunos años, el neoliberalismo creó “una nueva ‘situación social’”, en estos días –no como coyuntura sino ya como un hecho estructural-, se puede afirmar taxativamente que la pandemia ha generado una nueva “situación social”: cierre de empresas, resquebrajamiento de las cadenas productivas, disfuncionalidad de los organismos financieros internacionales, necesidad de repensar en lo público y en el papel del denostado Estado durante casi medio siglo, y sin ocupar un lugar menor en el escenario contemporáneo, la destrucción de la cohesión social, es decir, la crisis, a falta de una palabra que haga aún más mayúscula esta situación.
Estamos frente a esta realidad que nos exige no voltear hacia otro lado, a menos que haya inclinación por el suicidio, favorezcamos la anomia o se sea partidario de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, es decir, del oportunismo y la rapiña. A fines de la década de los veinte, la respuesta se materializó en un papel protagónico del Estado, como interventor y regulador, todo ello con un sustento social producto de pactos y acuerdos diversos entre Estado-sociedad. Implicó, entre otras salidas, rearmar al mismo tiempo la alianza con el capital y los trabajadores organizados. En su materialización en distintas realidades, el nuevo contrato social develó el paradójico proceso de fortalecimiento de los sindicatos a la par del debilitamiento de su capacidad de gobernabilidad (de su autogestión), como se puede apreciar en los tratos y negociaciones con la AFL (Federación Estadounidense del Trabajo) y la CIO (Congreso de Organizaciones Industriales), y en los cincuentas su articulación (AFL-CIO), tal como actualmente se le conoce, por un lado, en la Confederación General del Trabajo argentina, con JD. Perón, por otro, y por último, en la Confederación de Trabajadores de México en la experiencia mexicana, con L. Cárdenas.
La respuesta actual no tiene necesariamente que reeditar estas historias, de una parte porque los actores políticos han cambiado a fuerza de experiencias, tradiciones, innovaciones organizativas, por mencionar algunas; de la otra, por la magnitud de la crisis del capital en lo económico (en general) y en su expresión hegemónica (su capacidad de arbitrariedad cultural, de generación de obediencia y de reproducción societal). Más allá de los matices, de todos modos la salida implica el ensayo de acuerdos sociales, proceso al que se incorpora una masa de consciencia crítica que ocupa un lugar en el horizonte: frente a la devastación generada por la lógica sin límites del capital, hay múltiples experiencias de trabajadores que al no tener nada, ninguna atadura, ninguna seguridad, se echaron sobre los hombres la tarea de reordenar los espacios inmediatos de su vida, es decir, recuperar al trabajo como central en su experiencia de vida. Los casos de la tradición cooperativista y de las fábricas recuperadas apuntan en ese sentido. No es algo nuevo. F. Engels, refiriéndose a R. Owen, planteaba que fue “él quien creó, como medidas de transición, para que la sociedad pudiera organizarse de manera íntegramente comunista, de una parte las cooperativas de consumo y de producción -que han servido por lo menos para demostrar prácticamente que el comerciante y el fabricante no son indispensables”.
Siguiendo este camino, que implica acción colectiva de trabajadoras y trabajadores, hay valiosas experiencias a referir. Por ejemplo, las palabras de Celia, una trabajadora de Bruckman (fábrica recuperada argentina): “…ya sabemos dirigir una fábrica, y sabemos que si un trabajador puede manejar una fábrica también puede manejar un país y eso es lo que temen los dueños de las empresas”. También destaca la experiencia de R. Godoy, dirigente de Fábrica Sin Patrones (Fasinpat): “Todos los movimientos de trabajadores que de una u otra manera fueron parte de este proceso de ‘ocupar, producir, resistir’', en su mayoría cooperativistas, además de que permitieron conservar los puestos de trabajo, tuvieron el enorme mérito de demostrar en los hechos que los patrones no eran necesarios para dirigir y organizar la producción y distribución de mercancías”.
Sin anestesia, una experiencia cooperativista sola, aislada, por más generosa y heroica que sea, es muy difícil que encare con éxito los desafíos del mercado. Esa paradoja de construcción social con movimiento en el mercado, es uno de los puntos de tensión. Pero también aquí el ingenio de los trabajadores ha ensayado alternativas. Vale ejemplificar con una experiencia argentina: la formación de la “Red Gráfica, mediante un entramado económico para reducir costos y competir con las grandes empresas, conformada en 2007 por siete empresas recuperadas y cooperativas gráficas, que se constituyen como federación, buscando la integración económica del sector y abarcando todos los procesos en cadena de valor de la industria. En la actualidad la conforman 15 establecimientos, entre cooperativas y empresas recuperadas”, señalan los académicos J. Antivero y P. Elena, en una reflexión del 2014. En el caso mexicano hay múltiples ejemplos. Señalo uno destacado en el trabajo de investigación de Y. Villagómez, del Colegio de Michoacán, sobre los circuitos cortos –esta necesidad de romper el aislamiento-, que alude a la construcción social de asociación de productores rurales (productos orgánicos). No fue de un día para otro, ni es un asunto concluido, es un proceso en marcha que ha permitido a los campesinos tener algo sobre la mesa en su vida cotidiana.
Hace muchos años Rosa Luxemburgo planteaba los alcances y límites de las cooperativas: “En el caso de la Cooperativa productiva se deriva la necesidad contradictoria para los obreros de regirse con todo el absolutismo preciso en una empresa y de cumplir con respecto a sí mismos la función del empresario capitalista. Esta contradicción acaba hundiendo la cooperativa a de producción porque o bien se convierte en una empresa capitalista normal o, si los intereses de los obreros son más fuertes, se deshace como cooperativa”.
Sin entrar al punto fino de la vigencia de lo planteado por Luxemburgo, en medio lo difícil que es para la acción disidente encarar al capital, repensemos el campo amplio de lo vigente. Las condiciones actuales nos lo exigen. Repensando esta última afirmación, el Covid-19 ha fracturado las vigencias. Quizá por ello, en este mundo dislocado, las cooperativas pueden ser como acción colectiva una ventana de un futuro en construcción.