Los siguientes hechos no están ordenados cronológicamente, pero se enlazan en la madeja de la tecnología, el poder y la ganancia: Geoffrey Hinton, ubicado como el “padrino” de la Inteligencia Artificial (IA), renunció a Google, con el argumento de poder hablar libremente sobre los peligros que depara el uso de las herramientas de la IA. Concatenado a este hecho, Tristan Harris, también un ex cuadro de Google, tomaba distancia de esta corporación para advertir sobre los riesgos (adictivos) de los usuarios de redes sociales. Comentábamos en anterior colaboración que Norbert Wiener envió una carta a Walter Reuther, presidente de la United Auto Workers, advirtiéndole que la revolución cibernética “llevaría, indudablemente, a la fábrica sin trabajadores”. Encarrerados, sumemos que hace apenas dos meses, un grupo selecto de gente ligada a la tecnología firmaba una carta en la que se solicitaba a laboratorios de IA frenaran los procesos ligados a ésta, con el argumento de los "profundos riesgos para la sociedad y la humanidad" (Future of Life Institute). Por cierto, indican los medios que la carta llegó dos semanas después de que OpenAI presentara en sociedad a GPT-4, versión más poderosa de la tecnología que impulsa ChatGPT (su creador, Sam Altman, pide regularla, también con el argumento de los riesgos que puede generar).
¿Se habrá colado algún filón ético en los posicionamientos citados? ¿Será, como una parte del periodismo especializado señala, que esta pausa en el desarrollo de la IA, tiene como objetivo geoestratégico frenar a China? ¿O, como plantea Bill Gates, cofundador de Microsoft, la guerra sin fronteras pone sobre la escena que las primeras empresas que lancen sus asistentes personales generarán cambios sobre las formas en que se hacen las cosas?: “Nunca volverás a ir a un sitio de búsqueda, nunca volverás a ir a un sitio de productividad, nunca volverás a ir a Amazon” –inclúyase pues, en este historia de ganadores y perdedores, a Google-, predice Gates.
Más allá de las respuestas a los interrogantes, hay argumentos que registran efectos en estos nuestros tiempos modernos. Por ejemplo, sobre el lado oscuro de la escenografía digital, señala García Canclini (2020) que “los gafa (Google, Apple, Facebook y Amazon), al reformatear el poder económico-político, redefinen el sentido social: los hábitos, el significado del trabajo y el consumo, la comunicación y el aislamiento de las personas. No son sólo los mayores complejos empresariales e innovadores tecnológicos, también reconfiguran el significado de la convivencia y las interacciones”. Chul-Han (2014) sigue esta saga reflexiva, al afirmar que los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud.
En la industria automotriz, como alertaba Wiener, en nado sincronizado, la robótica –concretada en diseños, construcción y operación de robots que emulan la acción de los operarios humanos- y la IA -con atributos en la máquina de replicar la inteligencia humana, con base en algoritmos-, ocupan un lugar central en la escena, desplazando, descalificando y recalificando al trabajo humano. Robots y software en el encadenamiento de la acción productiva.
Esto en el proceso de trabajo y el proceso de valorización. Pero fuera del piso de la fábrica, en el uso de estas tecnologías, también vale destacar el esfuerzo en avanzar en la conducción autónoma, sin operario físico en el volante, y con asistentes virtuales que reconocen la voz, con huellas, entre otros avances destacados. En 1992, J. Womack, D. Ross y D. Jones presentaban su importante trabajo “La máquina que cambió al mundo” (MIT, McGraw Hill, España). Los nuevos tiempos sugieren que un apretón de tuercas a esa metáfora de La máquina que cambió al mundo, está en curso. El destino nos alcanzó.
Esta confrontación entre los gigantes de la tecnología nos lleva a repensar en el argumento de que las máquinas solamente transfieren su valor, de que “La maquinaria, como todo lo que forma parte del capital constante, no crea valor, se limita a transferir el valor que ella encierra al producto que contribuye a fabricar. En la medida en que representan un valor propio y en que, por tanto, lo transfieren al producto, las máquinas forman parte integrante del valor del mismo. Lejos de abaratarlo, lo que hacen es encarecerlo en proporción a su propio valor” (Marx). Pero preguntamos, considerando las condiciones tecnológicas actuales que parcialmente citamos, de operarios remplazados por máquinas que hacen su trabajo, con base en el diseño de programación específica, ¿no hay una búsqueda intencional de que haya transferencia de valor a la par de un proceso de creación de valor?, ¿las réplicas de la acción humana en el proceso de trabajo, con base en software especializado, no pueden, por el avance tecnológico –al reducir el tiempo de trabajo necesario-, contribuir en la generación de plusvalía? ¿Cómo aprehendemos el hecho de máquinas que hacen máquinas y que aprenden en el proceso (H. Simon y Wiener, presentes)? En esta discusión hay límites, pero el temor de Wiener puede relacionarse con segmentos del proceso productivo sin trabajadores –sin cadenas y sin hombres, recordando a R. Linhart-.
No olvidemos, siguiendo a Marx, que “El trabajo, cuando su fuerza productiva es excepcional, actúa como trabajo potenciado, creando en el mismo espacio de tiempo valores mayores que el trabajo social medio de la misma clase […] La misma ley de la determinación del valor por el tiempo de trabajo, que los capitalistas dotados de métodos nuevos perciben en el hecho de poder vender sus mercancías por menos de su valor social, obliga a sus competidores, por la fuerza de la concurrencia, a implantar los nuevos métodos de producción”
No se aparta lo anterior de un argumento que creemos pone en escena la vigencia de Marx: “Esto permite al capitalista que aplica métodos de producción perfeccionados apropiarse en forma de trabajo excedente una parte mayor de la jornada en comparación con los demás capitalistas de la misma rama industrial. Hace individualmente lo mismo que hace en grande y en conjunto el capital en la producción de la plusvalía relativa. Pero esta plusvalía extraordinaria desaparece tan pronto como el nuevo método de producción se generaliza”. Quizá el argumento de Gates, bajo este rasero, implica, en la disputa a muerte entre capitales, el triunfo de una corporación sobre otras, durante un tiempo en lo que se generaliza el método de producción.
(Profesor de la UAM)