1. Hace más de 10 años, Vincent de Gaulejac dictaba una conferencia en suelo argentino (“El costo de la excelencia”, 2008) dirigida a cuadros gerenciales, al “management”. Como agudo estudioso de las organizaciones y los espacios del trabajo, el investigador galo señalaba, en un posicionamiento crítico, lo paradójico del concepto de “excelencia sustentable”. Su argumento: “Excelencia” significa estar fuera de lo común. Es decir que lo que se está proponiendo es estar fuera de lo común, pero de manera sustentable. Se les propone a todas las empresas que sean constantemente fuera de lo común. ¿Qué queda entonces para el mundo común?”

Otro filón planteado por De Gaulejac apunta hacia algo que estamos viviendo plenamente, “el fenómeno de la depresión encubierta […] uno de los síntomas masivos de las sociedades hipermodernas. Con la dificultad de que cuando la gente no se siente bien, en lugar de responsabilizar por ello a la presión del trabajo, han interiorizado hasta tal punto las exigencias de la empresa, que terminan diciendo: “yo soy el que no sirve” […] “no estoy a la altura de las circunstancias”, “no rindo lo suficiente”. A la par de esto, de alguna manera modelando a la “población sobrante”, el impulso al emprendedurismo y la uberización, con el discurso seductor de no estar sujetos a patrones ni horarios.

El perdedor soy yo, en clave de autoflagelo. Es el triunfo de la narrativa del capital en la cultura, más específicamente, de la sedimentación en la cultura de la economía neoclásica, generando en efecto bisagra individualización extrema y desciudadanización. En este sentido, difícil no estar de acuerdo con Coraggio (2011): “la sobremercantilización de la política que produce el neo-liberalismo vacía la democracia liberal de su contenido programático, pretendiendo acabar con la cultura de derechos (entitlements) y el concepto mismo de ciudadanía”. En fin, retomando a De Gaulejac, no prima el “dar, recibir y devolver” (apoyándose en M. Mauss), ahora lo dominante es “producir, obtener y vender”. Sí, el homo economicus devorando al homo socialis.

En anterior colaboración me acercaba a este problema, destacando los argumentos de J-F Chanlat (2019) y de E.Tijerina (2008), que coincidían en que los estudiantes de economía y de administración desdeñan la cooperación humana y fomentan en lo cotidiano prácticas egoístas. A esto se suma que, en general, en lo macro, en las instituciones estatales y en los organismos financieros internacionales, se aplican y marchan en la acera contraria políticas económicas ajenas a las necesidades de las mayorías en los países centrales y en los periféricos.

Pero no solamente es un problema en las escuelas de economía y administración, y sus correlatos en políticas públicas, rebasa esas fronteras disciplinarias. Lo que vemos en el bosque descompuesto de lo teórico desconectado de la realidad ordinaria, expresa lo que subyace debajo, en la trama terrenal. Pero no es una historia cerrada.

2. Por lo enunciado, la pertinencia de repensar la economía social y solidaria y sus alcances. Una voz reconocida en el medio analítico es la de J.L. Coraggio. Este

autor señala expresamente: "Esta economía es social porque produce sociedad y no sólo utilidades económicas, porque genera valores de uso para satisfacer necesidades de los mismos productores o de sus comunidades –generalmente de base territorial, étnica, social o cultural– y no está orientada por la ganancia y la acumulación de capital sin límites. Es social porque vuelve a unir producción y reproducción". A. Guelman (2012), por su parte, señala que "La economía social o solidaria se basa en relaciones no salariales, solidarias e igualitarias de trabajo, a través de la relación social que se establece entre trabajadores, que son propietarios del capital y por lo tanto del producto o servicio que realizan. Esto determina que los beneficios que obtienen se definen de acuerdo al trabajo realizado o según algún otro criterio que los trabajadores establecen a través de mecanismos participativos en la toma de decisiones, mediados por los valores que la organización sostiene como propios".

El argumento de Guelman abre la puerta a la reflexión de G. Roustang (2004), sobre la escisión artificial entre economía y política, entre justicia social y democracia. “La denominación economía solidaria tiene al menos el mérito de subrayar que la renovación democrática pasa por una politización de la economía, que es un pasaje obligado. Es de hecho ilusorio pensar que una renovación democrática podrá tener lugar al margen de la vida económica”. Ineludible, pues, que en estas condiciones el "mercado capitalista debe ser superado porque es alienante en sí mismo, máxime por estar dominado por el poder de los grupos monopólicos que manipulan los valores, necesidades y formas de socialización a través de su control de la comunicación social y además ahora tiende a excluir a ingentes mayorías del derecho mismo a ser consumidor y productor" (Coraggio).

Esta poderosa discusión, con múltiples argumentos, empujada por redes sociales, instituciones y un abanico de investigadores y activistas de América Latina -al menos la presencia concreta de hasta el momento 79 compañeras y compañeros de Argentina, Brasil, Colombia –colegas de España se solidarizan-, México, Perú y Puerto Rico (empero, creciendo la audiencia), que a su vez integran múltiples redes, ahora se materializa en la Iniciativa de un capítulo de trabajo sobre la Economía Social, dirigida a los presidentes de la Alianza de los Países de América Latina y el Caribe contra la Inflación.

Es una iniciativa -empujada por la tenacidad de Ricardo Contreras Soto, colega de la Universidad de Guanajuato- la de esta colectividad organizada, que aún está tibia, que solicita se incluya en la agenda del plan de acción, bajo la premisa de que “En la Economía Social participan varios actores sociales en el abastecimiento mundial de alimentos y productos de la canasta básica, generan formas de auto empleos, sin predominar las maneras de explotación capitalista, permite luchar contra la pobreza, cuida al medio ambiente, organiza sistemas productivos y de distribución, así como, a la par impulsa sistemas de ciudadanos conscientes, participativos, en los distintos sectores, subsectores y giros económicos”.

Combatir “la fragmentación social, la pobreza, el deterioro ambiental, la crisis civilizatoria y la marginación social, es ir construyendo, organizando, articulando y estructurando los vínculos necesarios para realizar la economía social y las economías alternativas”, son parte de las tareas a realizar. Tareas, por cierto, en las que es de relieve la participación de instituciones, pero también de distintos

actores sociales, que en el piso de las cooperativas, de los ejidos, de los espacios escolares y de investigación están contribuyendo en “sembrar vida”, se argumenta.

Dentro del capítulo de Economía Social se propone la incursión en todos los ámbitos, en los distintos sectores (primario, secundario y terciario, recuperando saberes y tecnologías en uso), en el campo de la ciencia y la tecnología, en la cultura, en el encadenamiento mundial desde la economía social y solidaria, en el que los diálogos sean la pauta de nuevas formas de encuentro social.

P.S. Porque el diálogo en la UAM fructifique en nuevas formas de encuentro social con respeto pleno, en la apertura de puertas y entendimientos.

Profesor de la UAM

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