En los últimos tiempos son frecuentes las alusiones a la deriva autoritaria al reflexionar sobre política en América Latina. Pero no se trata de asuntos o acontecimientos de orden reciente. El historiador francés F. Braudel señalaba que “si la observación se limita a la estricta actualidad, la atención se dirigirá hacia lo que se mueve de prisa, hacia lo que sobresale con razón o sin ella, hacia lo que acaba de cambiar, hace ruido o se pone inmediatamente de manifiesto”, por lo que vale la distancia analítica, así como convocar al fortalecimiento de la “instalación de un ‘mercado común’ científico”, en el que la geografía y la economía ocupen un lugar principal, por su significación en la historia larga. En la misma tesitura, frente a la agitación cotidiana en Argentina, Alejandro Dolina y Darío Sztajnzrajber (referentes de la cultura), afirmaban que "Nada peor que enceguecerse con las luces de lo actual".

Más allá de las alertas, lo común, parafraseando a Braudel, es poner atención en un “relato precipitado, dramático, de corto aliento” (las acciones grotescas y ordinarias de Javier Milei en Argentina, la aparente caída en las preferencias electorales de Kamala Harris, las elecciones en Uruguay por su impacto en el Cono Sur o las elecciones en Estados Unidos por su gravitación mundial, las olas de asesinatos de la población palestina por las fuerzas armadas de Israel, como ejemplos). Los puntos de articulación en estas realidades aparentemente desconectadas, a la par de una mirada al pasado para ver la impronta en el presente, son exigencias frente a la agitación de la historia corta.

¿Tendrá que ver la deriva autoritaria con, en la década de los setenta, la elaboración y presentación del Informe de la Comisión Trilateral (Huntington, Crozier y Watanuki, 1975) “La gobernabilidad de la democracia”? Recordemos que muchos fueron los efectos que produjo el Informe, y los puntos de tensión que destacaba: la democracia en riesgo, producto de las presiones sociales (expansión educativa -el 68 mundial atrás-, la presencia de los medios de comunicación, y el desgaste de la democracia por partidos políticos y organizaciones sindicales). De esta lectura particular, a la crisis de la gobernabilidad, deviene lo planteado por Aguilar Villanueva (1989), “Lo que en el fondo se quiere decir es que la relación entre Estado y economía ha entrado una vez más en crisis; que el intervencionismo y la planificación estatal, tan fecundos por medio siglo, ya no son capaces de fundamentar el crecimiento y la pacificación social, ya no tienen la capacidad para la racionalización de la sociedad, para producir sociedad”. Siguiendo esta saga, Wallerstein (1996) señalaba que los “conservadores llegaron a ver al estado como un mecanismo sustituto para contener lo que para ellos era la desintegración de la moral, en vista de que las instituciones tradicionales ya no eran capaces de hacerlo, o ya no eran capaces de hacerlo sin la ayuda de las instituciones policiales del estado”.

No nos apartamos del Informe de la Comisión Trilateral, tampoco, en una mirada más larga, reconociendo lo fecundo de la articulación entre intervencionismo y planificación estatal durante los treinta años gloriosos (1945-1973), de una lectura parcial de Adam Smith: “Desde cualquier punto de vista, entonces, nunca se emplea más innecesariamente la acción del gobierno que cuando se dirige a vigilar la preservación o el aumento de la cantidad de dinero de un país”, que jaloneando a R. Nozick (1988) implica que “un Estado mínimo, limitado a las estrechas funciones de protección contra la violencia, el robo y el fraude, de cumplimiento de contratos etcétera, se justifica”.

Repreguntamos, ¿hay vínculos de la deriva autoritaria con las reflexiones teóricas de F. Hayek y M. Friedman en sus visitas no solamente académicas, sobre todo de significación política, al Chile de A. Pinochet? Acerquémonos a parte de los planteamientos de Hayek en sus visitas al Chile post Allende. Veamos lo que se destacaba en el diario “El Mercurio”, en el no tan lejano, para los fines que queremos establecer, 1981: “Yo diría que estoy totalmente en contra de las dictaduras, como instituciones a largo plazo. Pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Como usted comprenderá, es posible que un dictador pueda gobernar de manera liberal. Y también es posible para una democracia el gobernar con una falta total de liberalismo. Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente. Mi impresión personal –y esto es válido para América del Sur- es que en Chile, por ejemplo, seremos testigos de una transición de un gobierno dictatorial a un gobierno liberal. Y durante esta transición puede ser necesario mantener ciertos poderes dictatoriales, no como algo permanente, sino como un arreglo temporal”. Procesos de transición, con gran afectación social, por la pesada herencia que dejaron los gobiernos anteriores (palabras que se repiten en la Argentina de Milei, y que el tozudo de D. Trump abrió como narrativa frente al gobierno de J. Biden, y antes con B. Obama).

En esta deriva autoritaria es insoslayable también referirse a otro referente teórico: M. Friedman. Retomo citas varias, que tienen mucho en común: “no apruebo ninguno de estos regímenes autoritarios –ni el régimen Comunista de Rusia y Yugoslavia, ni las juntas militares de Chile y Brasil”. Continúa Friedman: “Mi impresión es que el régimen de Allende le ofrecía a Chile solo malas elecciones: un comunismo totalitario o una junta militar. Ninguna opción es deseable, y si yo hubiera sido un ciudadano chileno, me hubiera opuesto a ambas… Entre los dos males, al menos hay una cosa que puede decirse de la junta militar: hay más posibilidades de volver a una sociedad democrática”. Más todavía: frente a la experiencia dictatorial, “Por muy despreciable que esta última sea, al menos deja más espacio para la iniciativa individual y la esfera privada de la vida… recuperar la democracia depende críticamente del éxito del régimen para mejorar la situación económica y eliminar la inflación”.

En este contexto atravesado de odas a las dictaduras (de esas que instrumentaron la Operación Cóndor), es asesinado, en agosto de 1976, Orlando Letelier (ex ministro de Relaciones Exteriores de Chile, con Allende, asesinado en Estados Unidos de América), por cierto, sorpresas aparte, después de haber publicado “Los Chicago Boys en Chile: El terrible peaje de las ‘libertades’ económicas”.

Concluyamos: no hay generación espontánea ni, siendo estrictos, novedades. Lo actual, que nos sorprende por su velocidad o sinrazón, por su capacidad de enceguecernos, en fin, los hilos de esta deriva autoritaria de estos tiempos difíciles, tiene asideros en el pasado no lejano. Se trata de filones productivos en el devenir autoritario del siglo XX, que dejan su impronta en los herederos del presente (que se asumen o se les endosa la etiqueta de referentes morales, de faros de occidente).

(Profesor UAM)

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